Juan José Fernández Teijeiro: La memoria del ADN

A finales del pasado mis medios recordaron que el 25 de abril de 1953 los investigadores James Watson y Francis Crick, ambos del Laboratorio Cavendish (Universidad de Cambridge), habían dado a conocer la estructura molecular de l’ácido desoxirribonucleico en la revista ‘Naturaleza’. Por iniciativa del Congreso de los Estados Unidos, la fecha quedó consagrada como el Día Mundial del ADN. Estas siglas significaron para la ciencia una revolución: comenzó la genética molecular. En aquella doble hélice anidaba la clave de la información de la existencia de los seres vivos y de la transmisión genética de padres a hijos.

Por este descubrimiento, Watson y Crick recibirían en 1962 el Nobel de Medicina o Fisiología, compartiéndolo con el físico M. Wilkins del King’s College londinense. Además de la potencia de la microscopía que no permite captar la configuración molecular del ADN, existe la idea de una estructura helicoidal que es posible para las imágenes que Rosalind Franklin había logrado mediante difracción de rayos X sobre el producto del nucleo. cristalizado celular. Con esas fotos las dudas de Crick y Watson se siparon y dieron la pista para el modelo definitivo.

Este Nobel del año 1962 no estuvo exento de polémica. Hace unos días en estas mismas páginas, Judith de Jorge apuntó con toda certeza y buen criterio a Rosalind Franklin como la gran ausente del premio. Los Nobel solo pueden ser entregados en vida, y ella había desaparecido cuatro años antes a causa de un cáncer. La deslealtad e ingratitud de toda esta historia que ni sunum ni sus trabajos fueron encontrados en publicaciones o discursos de los premiados.

Los científicos, buscadores sin límites de la verdad, viven en un mundo de honores, premios y alabanzas, pero al mismo tiempo –as humanos que son– rodeados de envidias, celos, orgullo, soberbia y sinsabores. Crick cayó a los 88 años en el Hospital de San Diego (California). Presidía desde 1973 el Instituto Salk, y desde 1976, hasta sus días finales, fue profesor en la Universidad de San Diego. Watson trabajó en Harvard desde 1955 y desde 1968 dirigió el Laboratorio de Biología Cuantitativa de Cold Spring Harbor (NY). Por desgracia, a sus 95 años vive un apartado del mundo científico. Los grandes éxitos alcanzados quedaron empañados por sus comentarios impertinentes y desagradables sobre Franklin, la ignorada del Nobel, así como por polémicas y opiniones radicales sobre temas humanos y sociales. El neozelandés Wilkins murió el año 2004 en Inglaterra a los 88 años. Este gran físico no dejará de ser el más turbio y tortuoso personaje del capítulo. Como trabajaba en el King’s College de Londres con Franklin, se apropió de las fotografías realizadas por su compañero, entregándoselas a Watson y Crick. No desconocían su origen pero las publicaron sin autorización de su autora. Rosalind Franklin, no premiada, pero hoy tampoco olvidada: la historia de la ciencia la ha eternizado.

SOBER EL AUTOR

Juan José Fernández Teijeiro

Doctor en Medicina y Filosofía y escritor