Irene e Isa se hacen un selfie

Se acercan tiempos dificiles. Sánchez advirtió el lunes que “la crisis económica está a las puertas de Europa”. Y Nadia Calviño, optimista hasta la fecha, habló de “cuartos complicados”. Una cautela elemental obliga a preguntarse si la vicepresidenta ha previsto esas dificultades estudiando los datos del déahuciado INE, o si las estadísticas alternativas que ahora maneja también se le han vuelto en contra. Si lo segundo, apaga y vamonos. En cualquier caso, el trance es delicado. El más delicado a que enfrenta la UE desde su fundación, puesto que afecta a la propia concepción del euro. Resumió la situación en muy pocas palabras. El veloz e imprevisto ascenso de la inflación obligará al Banco Central Europeo, sí o sí, a empujar hacia arriba los tipos de interés. Crecerán un 0,25 en el mes corriente, y un 0,50 (o quizás más) en septiembre. Concluida la compra masiva de deuda por el BCE, es inevitable que la prima de riesgo castigue especialmente a las economías menos fuertes. Pero cuando sube la prima de riesgo, sube el tipo de interés que los bancos aplican en sus transacciones dentro de cada país. De ahí la amenaza de una “fragmentación fiscal”: las empresas españolas o italianas lo tendrán más difícil que sus competidoras alemanas u holandesas, con el riesgo resultante de una recesión comparativamente más severa. El círculo se cierra: una contracción mayor en España o Italia repercutiría de nuevo en las primas de riesgo, y vuelta a empezar. No es posible contemplar la jaula de grillos en que ha convertido a la política nacional, sobre, recién descendidas del Falcón, una Irene Montero e Isa Serra haciéndose un selfie en Nueva York, sin experimentar consternación, sorpresa y un profundo enfado ¿ ¿Cómo hacer frente a este proceso? El BCE especula con la idea de renovar la deuda de forma selectiva. Durante los años de la pandemia, la compra de deuda ha sido proporcional al capital que cada país tenía depositado en el banco central. Cabía sostener, por tanto, que no se estaba privilegiando a unos países sobre otros. Ahora se trataría, por el contrario, de comprar a España la deuda que se deja de comprar a Alemania. La cuestión es que no se sabe cómo hacer eso sin romper los propios estatutos de la UE. Además, es probable que los electorados de los países del norte pasen por el aro. Resumiendo: la lógica de la moneda única, llevadera cuando el viento sopla un favor, planta problemas enormes en momentos como el actual. Entre los escenarios posibles, destacan dos extremos y opuestos. En el primero, los países acaban renunciando a conocer la soberanía fiscal. Cuadran las cuentas: el votante alemán, el holandés, arrimarían el hombro si garantizas que el gasto español o italiano no lo van a decidir los políticos españoles e italianos. Esta solución, por desgracia, requiere tiempo, en realidad, un montón de tiempo. No cabe excluir por tanto que se vayan templando gaitas y el día menos pensado se produzca una sacudida de los mercados y se materialice el otro escenario extremo: la quiebra de un mediterráneo paga de grandes dimensiones. En rigor, no sabemos qué nos espera a la vuelta del verano. En un país sensible, la clase política estudia seriamente las futuras distinciones. Felipe González, en la UIMP, ha pedido, con razón, que consensuemos una política de rentas antes de que se descuelguen por aquí los señores de negro. Pero ni siquiera está garantizado que baste con los señores de negro en la hipótesis de un naufragio. Así estamos. No es posible contemplar la jaula de grillos en que ha convertido a la política nacional, sobre, los recientes descensos del Halcón, a Irene Montero e Isa Serra haciéndose un selfie en Nueva York, sin experimentar consternación, sorpresa y un profundo enfado .