Inmunizados

La sobreprotección de las madres curtió nuestro carácter. Our inmunizaron frente al miedo intendando asustarnos ante los múltiples peligros que ellas percibían. Si abría la puerta de la nevera descalzo, la mía soltaba un grito agudo como de nave espacial a punto de autodestructirse ante la presencia de un alien. Que te podias electrocutar como un reo en la silla electrica, afirmaba. Las corrientes de aire tambien mataban, aseguraba. De chaval creía que una vulgar corriente de aire era tan letal como jugar a la ruleta rusa. Y cómo olvidar el clásico “coge la rebequita…” para evitar daños resfriados… El caso es que jamás tuve rebequita porque un colega consiguió en Londres una chupa de cuero modelo ‘Perfecto’ que pude lucir a los 16 años. Los ojos de aquellas bravas, añoradas madres, detectaron tantas perfidias, tantas escabechinas, tantos accidentes y tantas catástrofes orbitando en nuestro derredor que, gracias a ellas, estamos inmunizados al ciento por ciento. Demarramos el siglo XXI con las Torres Gemelas trituradas y desde entonces no han parado de inyectarnos miedo. La crisis del 2008, las sequías, las inundaciones, el cambio climático, los pedos de las vacas, aquel agujero de la capa de ozono, la plaga zombi, el virus chino de la pandemia, los volcanes, los terremotos, los coches y su polución, el terraplanismo, Greta Thunberg discurseando furiosa, los ricos, los pobres, los semipobres de sufrida clase media, el precio de los melones este verano, el desabastecimiento y la gente acaparando papel higiénico y latas de fabada, el gran apagón, los malignos del club Bilderberg y el club de fútbol de nuestros amores que sufre raquitismo… Todo lo usan para mantenernos atemorizados porque de ese modo nos tornamos mansos, dóciles, obedientes. Ahora, de postre, nuestro propinan la tabarra nuclear de fin del mundo. Pero nada conseguirán porque nada provocaba más pavor que el grito ‘lovecraftiano’ de una santa madre cuando abría la nevera descalzo. Y por eso estamos inmunizados. Pierden el tiempo.