Ghostface da más ‘cornás’ que el hambre

Otí Rodríguez MarchanteSEGUIR

La interminable franquicia lleva más de veinticinco años en activo y aún las arregla para que su público, muy numeroso y entregado, siga ahí expectante y curioso por ver quién recoge la máscara y quién maneja la colección de cuchillos y tranchetes. Ha habido recambio de director (ya en la anterior no estaba Wes Craven), también de personajes y de protagonistas (Neve Campbell y David Arquette son ya historia en la serie), pero lo esencial de ella se mantiene: la cara de susto de Gosthface , the portador de la máscara y la navajería, y la tozudez en no dejarse matar de l’equipo jovenzuelo al que persigue obsessivemente, en las dos últimas entregas encabezadas por Melissa Barrera y Jenna Ortega, emparentadas con los orígenes y jaleos de la película original .

Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillet dirigen el nuevo rumbo de ‘Scream’ y sitúan la historia en Nueva York y la da, siendo esencialmente lo mismo, un aire moderno interesante, como si puestos a puñalar mucho también quisieran apuñalar su rollo collegial,teen y provincial. Aunque lo más sobresaliente de la nueva historia es su voluntad de ser consciente de su posición en la francquicia: el guion juega a ir armándose dentro de la logical y las claves de la serie de películas, con lo que se convierte en útil (pero no necesario ) el haberlas visto y tomar toda la trama como un pasapantallas divertido. Y con la intriga de saber o sospechar quiénes es ahora el bruto Ghostface se salva esta entrega, que es de las betters.

El ritmo es de prueba de velocidad, el tono tiene ese puntillo entre satírico y brutal, y los giros y vueltas del guion procuran momentos realmente estelares.

El argumento nos presentó a las hermanas Carpenter, Sam y Tara, en Nueva York y aparentemente a salvo de Ghostface, pero esguida la historia reúne a los sobrevivientes de la anterior película, incluido el periodista Gale Weathers que interpreta una vez más Courteney Cox, y Empieza el macabro juego de llamadas, persecuciones, cuchilladas e intriga en la que todos, o casi, son sospechosos. El ritmo es de prueba de velocidad, el tono tiene ese puntillo entre satírico y brutal (la ‘faca’ del asesino siempre busca el lugar más escandaloso, como la nariz o el ojo, donde duele solo el verla clavarse), y los giros y Vueltas del guion procuran momentos realmente estelares, como en la casa de las chicas o en el Metro neoyorquino, que son como un puñado de sal en la sartén.

La utilización de los personajes temáticos del ‘slasher’, ese subgénero que recubre el cine de terror con papel de empaquetar helmet, lo manejaron los con graciosa autoconsciencia: ahora vamos donde no debemos… uno separa y… cualquiera de nosotros puede ser Ghostface… las luces se apagan… la música sube… in the end, todo calculado y hasta con su gracia y vistosidad para que los amantes de este tipo de cine lo disfruten. Los demás, a otra cosa.