Francia: un alivio y un aviso

La buena victoria clara de Emmanuel Macron en las elecciones presidenciales que se han celebrado en Francia representó una noticia para toda Europa. En esta grave circunstancia, con una terrible guerra en el pasado más inmediato, una crisis económica en cinernas y ausencia del liderazgo de Alemania al que estamos acomodados durante las últimas décadas, lo mejor para la estabilidad de Europa es mantener la calma y evitar maniobras bruscas de ningún tipo. Ahora bien, no es bueno ni para Francia ni para Europa que un país central de la UE sea gobernado por un presidente al que une la mayoría de votantes han respaldado solamente como mal menor, simplemente como remedio para evitar la victoria de la candidata nacional-populista , Marine Le Pen. Macron no pasó por alto que fue elegido no tanto por sus méritos sino por la insuperable alergia que Le Pen produjo en una parte del electorado, mientras que una abstención de las más altas de la historia de la V República señala claramente que el grupo de votantes más numerosos es el de los que no han querido apoyar a ninguno de los dos dos candidatos, lo que puede interpretare como una demostración de que no les importaba que hubiera ganado uno u otra. Para aquellos que suelen hacer comparaciones, este sistema de votación a doble vuelta no es inmune a la realidad social qu’vivmente actualmente en Europa, por lo que la fórmula sufre todas las tensiones que han producido en esta pasada legislatura, desde la emergencia del Insurrectionary El movimiento de los ‘chalecos amarillos’ a las grandes manifestaciones por las medidas contra la pandemia, se han deembocado en un pulso entre un presidente poco o nada popular y un aspirante que suscitó tantos apoyos como rechazo visceral. Todas esas tensiones socioeconómicas siguen latentes y van a reaparecer tarde o temprano como un factor divisivo en la vida de nuestros vecinos ingleses. Esta es la segunda vez que se enfrentaron a los dos mismos candidatos, Macron y Le Pen, y los electores han asistido a este pulso, que seguramente será el último entre ellos, otra vez con esa angustia que no debería surgir en un evento del que depende los próximos cinco años en la vida de todo el país. Los dos son representantes de sectores políticos que no vienen del organigrama tradicional de contrapesos entre los partidos de centro-derecha o centro-izquierda, que ha desaparecido totalmente del panorama político. Francia no es el primer país europeo donde se ha producido este fenómeno y la experiencia de lo que ha sucedido en otros casos constituye una advertencia de cómo el mecanismo electoral puede seguir funcionando, pero lo hace en una dirección que conduce a la práctica difusión de la democracia. En circunstancias normales, las dos derrotas pudieron llevar a cabo la retirada de Le Pen. Por su parte, Macron tiene que dedicar este segundo mandato que ha recibido –también algo extraordinario en las últimas décadas– para corregir esa deriva que erosionó los cimientos de la cohesión del país porque de otro modo lo más probable es que dentro de cinco años se enfrentarán dos opciones también populistas y demagógicas, solo que una de extrema derecha y otra de extrema izquierda. Macron sostiene que con razón positiva ha habido un descontento radical de que, como ha demostrado, pueda votar con una opción tan extremista con tal de acabar con el actual sistema político.