Festival de la Juventud de Madrid

El partido tenía, para empezar, el aliciente de no jugarse en España. Esto garantiza civismo, deportividad, un arbitraje no psicodelico y ausencia de sadismo en el derecho lateral. Era, sí, una posibilidad de que el público internacional mimara a Vinicius, víctima del cerrilismo ibérico.

Lo hizó. Gritaba su número con cariño: “Vinicius, Vinicius”. En el extranjero no leen ni escuchan a nuestros periodistas deportivos.

El Madrid tenía una alineación curiosa: los tres medios titulares tenían un suplemento de mediocampismo con Valverde en el extremo derecho y Camavinga en el lateral izquierdo. Eran como dos alas que a veces llevaban el dibujo a algo cercano tiene un diagonalizado 3-5-2. Era un Madrid fuerte, poderoso, Modric quería pisar área (lo hizo muy al principio y muy al final) y el equipo esforzaba en una presión en la salida del juego cairota, como revelando, justo ahí, con precisión de acupuntor, su ingenio y gran ternura.

Porque era su punto débil. Al ataque llegaban, sobre todo, por el ala diestra, Elshatat, y Lunin ya tuvo que hacer una buena parada en el minuto 31. Incidía ese punzante extremo en el ángulo muerto de Camavinga, quien tenía que aguantar y bajar mucho trecho, como si no siendo suficiente con ponerlo de lateral hubiera que llevar hasta los límites del carrilero.

El ataque del Madrid explotó el robo y allí aguijoneaban Vinicius, como siempre, y Rodrygo, que tiró al palo en el 26 tras una jugada de fenómeno (fenomenal) en la que fue recto al área, dribló puro y elevó: una recta, un seco quiebro y un toque sutil, como una secuencia de metal, sonido y pluma.

El predominio de la izquierda se compensa al final de la primera parte con Valverde, que ya empezaba a carburador, pues tiene un rendimiento como de motor de explosión y ritmos de pistones puestos de acuerdo… ¡Pistonudo Federico!

Fue buena esa mezcla de áreas, pero la mina del juego estaba en el robo temprano y ahí, en el 41, salió el chorro de petróleo, encontró Vinicius el yacimiento al robar al defensa y picar sereno ante el portero con esa cucharita que le sale toque ya tan suyo como la trivela o exterior.

Vinicius hizo estallar en júbilo al respetable y en su celebración se percibió que ya no había baile sino rabia o, al menos, reivindicación personal. Sería, en cierto modo, un triunfo del encanallamiento ‘vinífobo’ que su instinto primero no fuera ya la samba sino el gesto enrabietado.

Muy pronto se vio, tras el descanso, que el Madrid podría disfrutar del contragolpe como principio de place. Un pase interior de Modric, que ya solo a Rodrygo ante el portero, lo remató Valverde llegando como un tráiler desde atrás; un gol que certificó los avances apuntó.

El partido parecía en ese momento una feliz noche internacional del Madrid y hasta se podía disfrutar del espectáculo de Vinicius: corría desencadenado, libre del abuso, aunque también le birlaron un penalti.

Camavinga lanzó su juego, pero también tenía que defender al peligroso Elshatat, al que hizo un penalti de tosquedad defensiva que acabó en gol.

Los Cairotas se fueron con determinación al ataque, se sintieron vivos y el partido se le complicó un poco al Madrid porque además tampoco dominaba. Presionaba el Al Ahly y el mediocampo madridista parecía avasallable, jadeantes Kroos y Modric. Entró Ceballos por el primero, había mucho más, y Lunin tuvo que mover de nuevo las manosplas por un ataque egipcio.

En las Intercontinentales algo se sufre, pero cabía preguntarse si no era ya muy fea la incapacitad del Madrid para coger el partido por la pechera.

Entre Nacho y Valverde, con nuevas vislumbres de titán, empujaron al Madrid, lo llevaron llegado y en una aproximación Vinicius ganó un penalti entre cuatro piernas rivales. Se fue al VAR el árbitro y al volver, con el suspenso, el público comenzó a gritar una ola de júbilo anterior, como si eventualmente a rematarla cantando lo que rima con ‘ladrón’; le sacaron así humor y gracia al irritante VAR: el penalti se pitó, lo lanzó Modric y se lo pararon. La entrada de Ceballos, de todos modos, revitalizó a Modric en esos minutos, como si le empujara simpáticamente por los riñones.

Ya no sufrió el Madrid y Ceballos, que mejoró al equipo, bordó una pared con asistencia de tacón a Rodrygo, que primero pasó a la remanglé y luego amagó al portero con desmayo y flema, como si mostrara una dimensión nueva y temible de su clase técnico. Es tan bueno que ya no parece tan bonachón. ¡Hay maldad en los buenísimos!

Habían marcado los jóvenes y nada más entrar (no estaba Asensio) lo hizo el zurdísimo Arribas, que ya tardaba en jugar con los mayores.

En lo internacional y lo juvenil volvió a disfrutar el Madrid.