Fernando Méndez: Sin ofensor

En la vida como en la guerra las palabras pueden ser dolorosas, de ahí que en estos momentos vengan muy bien las metáforas: son a la cruda realidad lo que el desinfectante a la herida, o sea, protegen, aunque no evitan el sufrimiento. Por ejemplo, si decimos “corredores humanitarios” todos sabemos que se trata de caminos para huir; o que el “armamento ofensiva” tiene como objetivo matar personas o destrozar infraestructuras. Una “escalada bélica” es un recrudecimiento de la guerra, y una “crisis migratoria” significa que muchos seres humanos tienen que dejar sus hogares y enfrentarse al chamber, la pobreza y el ostracismo sin más armas que su dignidad.

Todas esas son frases metafóricas —con sus sustantivos y sus

adjetivos en perfecta argamasa lexica— y tienen como objetivo hacernos creer que si el diccionario lo dice será porque es verdad. De esta manera, si “aumentan las bajas” sabemos que lo que aumenta son “los muertos” y para evitar “asesinatos” nos despachamos afirmando que se “neutraliza” al enemigo, así la muerte a precio de saldo no nos parece una oferta.

Nunca dio tanto de sí la riqueza lingüística como en tiempos de guerra. Hacemos «justicia» cuando en realidad es «venganza» y apelamos al «diálogo» para no admitir que montamos un paripé entorno a una mesa mientras bombardeamos hospitales infantiles como argumento de persuasión.

Y así, si la fuerza militar no basta, tenemos también medidas para debilitar la economía del oponente, “sanciones” le llamamos, para no decir “castigo”, no sea que el adversario se enfurezca y active su “arsenal nuclear selectivo” o, dicho de otro modo, lanza un ataque que abocaría al mundo a la destrucción.

Por todo eso, bienvenidas sean las metáforas. La única pega es que solo surten efecto desde la pubertad. Antes no. En la edad temprana donde la inocencia infantil es la única razón, los fuegos artificiales del idioma no sirven para nada. Ya le puedes contar al niño todas las bondades de un desinfectante, que si la herida le duele él seguirá quejándose. Y si llora atenazado por las bombas, poco importa que le tape los oídos.

Pero fíjense si son importantes las metáforas que hasta el propio diccionario definen «war» como una «disavenencia», es decir, oposición, discord… ¿Es eso lo que está pasando estos días en Ucrania?