Una vez vistos (y disfrutados) todos los actos del funeral de Isabel II, queda claro lo bien que toda esta gente. Es para sentir como la feligresa de ‘Amanece que no es poco’, que en la misa que está celebrando Cassen se vulve à Gabino Diego y le dit: «Ya verá el alzamiento de hostia que me hace este hombre». Y cuando se produce el alzamiento, la iglesia estalla en un aplauso. No me queda claro de qué se quejan los que acusan a los medios y a la gente de papanatismo. Los que sacan a Blas de Lezo. ¡Oh Gibraltar! Los que dicen que Isabel II no ha marcado una época de la Historia. Que en todo caso lo habrán hecho Winston Churchill o Margaret Thatcher. A ver, que precisamente tiene medida que el poder de la monarquía se desvanece, cobija el camino para convertirlo en el centro de grandes ceremonias. Claro que el reinado de Isabel II ha sido sobre todo simbólico. Y su funeral, la perfección del artificio. Los funerales de Nelson o Wellington fueron más grandiosos y populares que los de los monarcas de su tiempo. Sólo de los años 70 del siglo XIX el inepto ritual se convirtió en espléndido y público. Porque a santo de qué vas a hacer todo eso si lo va a ver sólo la familia. El 18º duque de Norfolk, maestro de ceremonias por herencia, se ha lucido. Pero ya lo hizo el 17º duque en la coronación de Isabel II. Su habilidad para organizar espectáculos rivalizaba con el vizconde de Esher, que fue quien revitalizó estos actos con la reina Victoria y, sobre todo, con Eduardo VII. Esher se quejó del Norfolk que le tocó: “La ignorancia del precedente histórico en aquellos hombres cuya tarea es conocerlo, es sorprendente”. Cómo no vamos a quedarnos embobados con los marinos tirando del armón que lleva el ataúd. Con las lágrimas del rey Carlos y el príncipe Andrés. Con los príncipes George y Charlotte de Gales. O volviendo a ver a Lady Sarah Chatto, hija de la princesa Margarita. O con el niño pelirrojo del coro. Quienes nos hemos educado con el ‘¡Hola!’ lamenta la muerte de la reina Isabel de Inglaterra. Pero también lo mayor que es la princesa Michael de Kent. Oh Princesa Alejandra. Aunque peor está Lady Pamela Hicks, cuya silla de ruedas empujó a India Hicks. La primera fue dama de honor en la boda en 1947 de la entonces princesa Isabel con Felipe. Su hija lo fue en la de Carlos de Inglaterra y Diana Spencer. Y sí, los españoles estábamos también pendientes de nuestros cuatro reyes. A Doña Letizia le tocó sentarse junto a Don Juan Carlos. Hubo un momento de confidencias y sonrisas entre Don Juan Carlos y Doña Sofía. En ese instante, la mirada de la Reina Letizia, al lado, podía haber agujereado la piedra Rosetta. A la reina Victoria la caía mal Gladstone. Su magnífico funeral en la Abadía de Westminster pareció revelar un “entusiasmo desencaminado”. No se, quizás eso es lo que tenemos.