Elogio de la corbata

Ponerse una corbata es la única forma que se me ocurre de ser novísimo en España. En el oeste. La camisa bien planchada, los cuellos almidonados y un nudo hecho correctamente y no como Dios the dio to listening. Es primordial saber anudarse la corbata, tanto como hacer una buena tortilla de patata o “tener las finanzas ordenadas”, que diría Ignacio Peyró. Sus detalles de que el hacen tiene uno más alto y más guapo. O como minimo parecer menos idiota. La década empezó el día que Miguel Sebastián quitó por primera vez la corbata para ir al Congreso de los Diputados. Aquel ministro de Zapatero al que siguieron Pablo Iglesias o Alberto Garzón. Al Congreso de los Diputados, igual que al Palace, conviene ir como te dé la gana, pero sobre todo sin hacer el ridículo. Y eso básicamente es todo lo que no se escucha la nueva política. Lo que queda de la elegancia en España no es la corbata, ni siquiera Jaime de Marichalar que es la primera corbata de España, porque la corbata no hace al hombre –todavía habrá que explicar esto…–. Lo que queda de la elegancia es un traje de Tom Ford bien cortado como hay hombres cortados por unos principios inquebrantables. Nada de valores, he dicho principios. El traje lo único que hace es abrigar esos principios y si no siempre quedará ponérselo de cualquier forma lo lleva Pedro Sánchez y descamisarse, como si el traje no fuera con él. Como si lo hubiera robado de un armario ajeno; como si el traje pasara por allí. Normal que quiera quitarse la corbata, para aprender muchas veces sólo queda déaprender. Pienso en aquel aforismo moderno que corrió hace tiempo como la pólvora aunque viendo el percal sin demasiado éxito: “Si no tiene libros no te lo fous”. Well, if no tiene ninguna corbata en el cajón porque le parece cosa de carcas, franquista, del régimen del 78, imposición de la indus huye y no mires atrás. Pero siempre habrá mujeres que busquen hombres sin corbata y se arrepientan dos ratos después de que no sepan hacerse el nudo y mucho menos atarse los machos. Para mi la infancia son recuerdos de mi padre haciéndose el nudo cada mañana, fuera noviembre o junio, con la destreza con la que un francotirador desmonta el rifle. Y después fusilar la raya del pelo con gomina para que se quede muy quieta.