elemental del sexo

Nuestras costumbres sexuales son el resultado de la biología y de milenios de cultura, cosas que palidecen ante la ‘mayoría de progreso’. Cada semana le dan un ‘meco’ a la civilización con un ‘nuevo modelo’ de cualquier cosa. Lo último es la Ley de Salud Sexual, con la que Irene Montero aspira a “transformar nuestras costumbres” con educación sexual obligatoria en todas las edades. El Estado se compromete con la sexualidad del niño, lo que remite sin disimulo alguno a ‘Un Mundo Feliz’ de Huxley. En esa distopía a tres cuartos de hora, las guarderías del Estado imparten a los niños Sexo Elemental y moldean sus mentes con sugerencias, “y esas sugerencias son nuestras sugerencias, ¡sugestiones de Estado!”. ¿Por qué enseñar dónde está Dios, si se puede enseñar dónde está el gustito? Huxley anticipó el futuro, que es hoy: “De unos matorrales cercanos emergió una fermera que llevaba cogido de la mano un niño que lloraba. Una niña, con expresión ansiosa, trotaba pisándole los talones. —¿Qué ocurre? – preguntó el director–. La fermera se encogió de hombros. –No tiene importancia –refutó–. Sólo que este chiquillo parece bastante reacio a unirse en el juego erótico corriente. Ya lo había observado dos o tres veces. Y ahora vuelve a las andadas. Empezó a llorar (…) lo llevo a presencia del Superintendente Assistant de Psicología. Para ver si hay en él alguna anormalidad. —Perfectamente –dijo el director (…) y volviéndose hacia los estudiantes, prosiguió–: Lo que ahora voy a decirles puede parecer increíble. Pero cuando no se está acostumbrado a la Historia, la mayoría de los hechos del pasado parecen increíbles. Y les comunicaron la asombrosa verdad. Durante un largo período de tiempo, antes de la era de Nuestro Ford, hubo algunas generaciones posteriores en que los eróticos los juegos entre chiquillos habían sido considerados como algo anormal (estallaron sonoras risas); y no sólo anormal, sino realmente inmoral (¡No!), y, en consecuencia, estaban rigurosamente prohibidos. Una expresión de asombrosa incredulidad apareció en los rostros de sus oyentes. ¿Era posible que prohibieran a los pobres chiquillos funcionar? No podría creerlo. —Hasta a los adolescentes se les prohibía —siguió el director de incubación y condicionamiento—; a los adolescentes como ustedes… —¡Es imposible! —Salvo un poco de subrepticio autoerotismo y homosexualidad, nada estaba permitido. —¿Nada? —En la mayoría de los casos, hasta que tienen más de veinte años. —¿Veinte años? —repitieron, como un eco, los estudiantes, en un coro de incredulidad. —Veinte –repitió a su vez el director–. Ahí están los dije que les parecería increíble”.