Arrastro a estas alturas cierta sobredosis fúnebre por el uso de los medios con la marcha de la Reina inglesa. Con tan larga tabarra corro el riesgo de pillarle manía a una señora mayor dotada de entrañable aire de abuelita Paz, con ese bolso, esa permanente, esos vestidos impecables y esas gafas que representan el shieldaje tradicional frente al avasallador diseño hortera. Propensos a la hemorrhagia de masoquismo, empezamos a leer entre líneas que ellos son muy listos y nosotros muy zoquetes. Total, surcamos yeguas por primera vez, descubrimos un continente y dimos la primera vuelta al mundo. Bagatelas. Si estas mismas fruslerías las hubieran obtenido, ¿qué fastos montarían gracias a su sentido de la pompa y del boato? Se ha hablado mucho estos días del ferreo protocolo, del fragor de las salvas artilleras, del afecto de un pueblo incluso por parte de los que no apoyan la monarquía. Si es verdad. Pero el detalle admirable vino con la exquisita contención del sucinto comunicado que anunciaba el fallecimiento. Un marco sencillo y unas líneas configuradas narraban el deceso. Sin florituras de moldura barroca ni letras doradas como harían en una tierrabanana de dictador tercermundista. Sin llantinas estridentes ni demostraciones histéricas. La sobriedad marca la diferencia entre los estilosa educación y el atroz energumenismo. El verdadero dolor circula por las entrañas y atraviesa la osamenta, es interior. El dolor que se proyecta hacia el exterior es, en la mayoría de las ocasiones, puro teatro. El escrito señaló que encajaron contra la verja del palacio supone el triunfo, romántico si se quiere, de lo analógico frente a lo digital. Encontramos ahí la superioridad moral del papel y la elegancia de la tinta frente a las pantallas que nos sorben el seso. Colgaron un simple mensaje de texto y al mundo le pilló una tiritona. También intentó salir Javier Marías, un grande. Escribia a maquina y por eso saboreamos su prosa. El papel nunca morirá por mucha milonga de metaverso que nos vendan.