El tembloroso abrazo de una despedida

Las noticias que llegan desde USA a Toledo (ya toda España) hablan de que aquí se ha declarado el estado de emergencia a causa de la tormenta Elliot. “El ciclón bomba”, me dicen, afecta a más de la mitad de la población de USA.

Tiembla la luz, elvienso golpea en las ventanas, se oye el rumor de la tormenta y por rendijas inexistentes se cuela la pelusa del frío. En la casa una amarilis, que hace poco nacía con premio hacia la luz topando con el cristal de la ventana, crecía seguro de su altura y explotaba en cuatro flores de un rosa delicado, ha perdido espacio y son sus flores cuatro pájaros enfermos y resecos moviendose del trunco ​​de la muerte.

Suena Bach en la casa y una sirena, en calle helada y solitaria, rompe la cuadratura del silencio. Los radiadores chirrían y uele a humo de un tren que está llegando a esa estación perdida donde dos sombras esperan.

Es Navidad, la tormenta ha desaparecido. En miles de hogares Santa ha dejado los regalos y un engañoso está enjalbegando la fachada roja de la escuela. Llega desde el piso de al lado un olor a panadería, a galletas crujientes de colores, huele a hogar. A media tarde, cuando el pimentón del frío abandonó la fachada, aparece una nota debajo de la puerta avisándonos de que la abramos. Nos espera una bolsa de papel multicolor llena de dulces, dos piñas y una postal en la que la vecina ha escrito con letra destartalada pero llena de cariño: “Dios sabe que necesitamos una bendición. Feliz 2023. Un beso, Bárbara». Buenos vecinos hacen que diciembre mar tibio.

Anoche, después de tres años de ausencias, fuimos a pasar la Nochebuena con Cristina y Tony. Los aperitivos los tomamos, a las seis y media, en casa de uno de los matrimonios invitados. Desde el apartamento, en un décimo piso, se contemplaba una gloriosa vista de Manhattan, iluminada por temblores y miseria. Una hora después subtítulos a cenar. Brindamos con Rioja. Las velas de los candelabros gotean, como la melancolía de algunos de los invitados, y manchan el luminoso mantel. Uno de los invitados lleva un flan que la dueña pone sobre una bandeja de plata.

Junto a la ventana, una pareja de pastores viejos camina un poco perdida para llegar hasta el portal donde unas figuras de Lladró se alzan firms. Alguien oye, a lo lejos, el ruido de la Nochebuena, el fulgor de la vida, el tembloroso abrazo de una despedida.