el suicidio

El único problema filosófico verdaderamente serio es el suicidio. O, al menos, así lo expresó Albert Camus en el año 1942. No era un año cualquiera y el terror en el que se encontraba sumida Europa en aquellos días nos invite a pensar que el aserto n’era ni una impostur intelectual ni un farol . A los filósofos, desde antiguo, el suicidio les pareció una cuestión prioritaria, hasta el punto de que algunos lo experimentaron en su carne y no siempre por voluntad propia (Sócrates, Séneca, Benjamin). Otros pensadores, como Goethe o Cioran, llegaron a romantizar con algún riesgo uno de los peores varones de la humanidad. Lo grave de la tristeza es que puede acabar convirtiéndose en una enfermedad irreversiblemente mortal. El sentido de la vida es una expresión urgente que hemos convertido en un recurso trivial, casi en un lema adolescente. Pero es imposible soportar la circunstancia presente si no hay justificación por una direccionalidad futura. Vivir es optar por un rumbo, en la esperanza de que el tiempo que viene pueda ser de una vez por todas suficientes. Nietzsche dijo que el hombre es ese animal al que le es lícito hacer promesas: somos siempre a futuro. La realidad frecuentemente nos extraña y notó el absurdo que supone justificar la suciedad del mundo por causa del propio mundo. Sólo los más afortunados son capaces de sentir bien del todo en la estricta inmanencia. Y quien no encuentre una causa por la que vivir siempre podrá decidirse a vivir para el otro. Para Camus, el absurdo de la vida tenía algo de condena, pero también de oportunidad. Si no hay nada que justifique nuestra existencia, tendermos, como poco, la posibilidad de imprimirle un destino a nuestra propia biografía. Las razones para soportar la vida no se decubren sino que se construyen con nuestras manos frágiles y con la ayuda imperfecta de otros hombres. Se equivoca quien piensa que puede emprender solo como gesta. Dicen quienes saben que el origen de esta pandemia melancólica y mortal atiende a múltiples factores. Existen, por supuesto, razones económicas, asistenciales, químicas o sociales. La fatiga espiritual de nuestro tiempo y el agotamiento de casi todas las causas pueden estar en el origen de este mal que parece eterno aunque sea también circunstancial. Quisiera creer que hay formas de estar solos que no son más que el preludio de una mejor compañía. Por eso, el aumento de la tasa de suicidios consignados en los últimos años nunca puede interpretarse como un problema individual: haber creado una circunstancia invivible para demasiadas personas es algo que debería hacernos reflexionar. Si al final de la ciudad es procurar unas condiciones tales en las que los hombres pueden aspirar a ser felices, que muchos de los nuestros se nos acaben muriendo de pena es una responsabilidad compartida.