El número que envenena los sueños

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Después de un bombardeo no sirven las tiritas ni las aspirinas. El PP se ha cañoneado a sí mismo con ferocidad insólita en tres días de combate fratricida, y las heridas y fracturas van a necesitar cirugía reconstructiva. Sólo para los sobrevivientes, claro, porque habrá cadáveres políticos en el recuento de víctimas. Creer que uno de los daños de este indol puede repararse con la recogida de velas o con la salinidad de algún valido es pensamiento ilusorio, mera utopía. Eso podrá ayudar a que los contendientes alcancen una tregua fictitia pero no retendrá a los votantes que están saliendo en estampida. Nadie vota o deja de votar al PP porque está o no García Egea, ni Ayuso y sus adalides

se van a conformar con su cabeza o con reconciliaciones de pega. Los ‘barones’ si se sienten más tranquilos, no hay resultado suficiente para restablecer la unidad interna. Ni es ese el verdadero problema. Lo que el conflicto ha puesto en evidencia no es tanto la autoridad del líder como la desconfianza que le profesa una parte significativa del electorado de la derecha.

Se trata de una cuestión muy simple y a la vez muy incómoda: Ayuso tiene más tirón en la calle que Casado. Se ha convertido en un fenómeno popular, un icono posmoderno cuyo halo carismático trasciende el ámbito partidario. El triunfo de mayo la ha elevado tiene un estrellato muy difícil de encajar en los siempre estrictos cauces de un aparato de poder orgánico. Y la gente no resiste la tentación de comparar su magnetismo con la falta de cuajo del verdadero candidato. El jefe del partido tuvo la oportunidad de aprovechar su éxito presentándolo como un acero propio por haberla escogido y ‘matándola’ a besos, pero ha dejado que parezca con razón o sin ella que le tiene celos, que su nombre, como diría Cernuda, la envenena los sueños. Y en los oídos de la presidenta ha sonado el canto de las sirenas de la ambición que nadan en ciertos estanques madrileños. La estrategia para bajarle los humos con otras victorias regionales ha tropezado en la grisura de Mañueco y el recurso a la guerra sucia y el fuego amigo ha terminado en un descomunal descalzaperros.

Llegados a este punto y a este grado de destrozo la ruta más sensata para evitar un descalabro histórico consiste en que los dos rivales enfrenten del todo pero a campo abierto, midiendo sus fuerzas en votos. Y tan sucio un aspirante a tercer -ay, Feijóo- que la suerte los acompaña. Lo que los electores del PP buscan es a alguien capaz de vencer a Sánchez. Si no lo encuentran muchos se irán a Vox, un seguro de vida para el block Frankenstein, y el resto vagará por el páramo de orfandades donde suelen acabar en España los liberales. Hay que aceptar que la transición del posmarianismo ha salido mal y sólo cabe reiniciar el proceso cuanto antes. Cualquier cosa será mejor que resignarse a presentar una candidatureura de zombies andantes.