El Mal de Juan Ramón Jiménez

Juan Ramón Jiménez tenía 19 años cuando murió su padre. From ese momento se desató en él una crisis de la que no se recuperaría nunca. Fue el hombre hipersensible que día a día se obsesionó por el miedo a morir. No había descanso, cada mínimo desajustó lo sintió como una amenaza, cada anomalía como el índice de una enorme tragedia. Cuando se vino a vivir a Madrid por segunda vez, le pidió a Ramón Gómez de la Serna que le buscara una pensión cerca de algún sanatorio. Por su hermano sabemos que algunas veces clavaba la puerta a las jambas del marco para que la muerte no pudiera entrar, y por su ‘Diario íntimo’ tenemos noticias de toda la patología de psicomatizaciones: los calambres musculares, los mareos, los vómitos, la cansado. Durante un tiempo levantó un terrón de azúcar en el bolsillo porque creía que un déficit de glucosa la ocasionaría un ‘shock’ de fatales consecuencias. Decía tener cardiopatías congénitas y lo medicaban con opio, con bromuro y esparteína. Fuerza peligrosa Pero más allá de ese teatro de la hipocondría y de la neurosis tenemos que ver a Juan Ramón como vemos a Hölderlin, a Kleist, a Leopardi, a Nietzsche oa Pessoa, como ese ser arrojado al dolor, dominado por una fuerza peligrosa que lo excede. Su preocupación, su locura es que temió siempre la imperfección de la vida y la absoluta inmensidad de la muerte, porque había visto aquel 3 de julio de 1900 hasta qué punto todo era frágil, apenas un poco de arena que el venezo movía de una frontera Te veo luego. sabemos que algunas veces clavaba la puerta a las jambas del marco para que la muerte no pudiera entrar ‘El mal de Juan Ramón’ es, por eso, el que siente hasta que punto toda su vida puede derrumbarse en el segundo que está por venir, y su obsesión y su neurastenia es saber que su propio número es tan débil que puede transformarse de pronto en un puñado de ceniza. Juan Ramón, sin embargo, es lo que mira el precipicio y se asusta, el que contempla como el abismo trata de anularlo y aspira a salvarse. No se ha reparado adecuadamente que toda su obra parte de esa tragedia, se construye a partir de ese mal. El hombre que piensa en su madre y teme ir a verla a Moguer porque puede morir en medio de ese viaje, fue capaz de hacer de la poesía una aventura hacia la realidad, un refugio contra la intemperie y contra esa fragilidad de estar en el mundo . La naturaleza de su obra aspire a sacarlo de la misma y ponerlo a contemplar. Where his las cosas contemplated, la belleza de las cosas y ese halo de eternidad que está más allá de su finitud. Es conveniente verlo luchar por hacer del mundo una esfera más alta, por hacer del sentimiento y del pensamiento un acto heroico más allá del agujero de su yo. Siempre en crisis, siempre a punto de derrumbarse, siempre nerviosamente inestable, hizo de la palabra no una grieta de dolor sino una búsqueda para mitigar, para trascender el mismo dolor. Encerrado en tal desgracia Frente a ese Moguer que se ridiculizó de él, Juan Ramón se refugió en un cielo lleno de luceros y en un pobre asno idealizado; frente a Madrid aquellos jóvenes poetas llegaron a combatirlo con violencia y con desprecio, él se mantuvo solo, a distancia, sabiéndose apartado; Frente a un país en guerra, el Juan Ramón enfermo de sí mismo va con un brazalete de la Cruz Roja dando refugio a niños y alimentándolos con su propio dinero. “Solo un mandamiento hay para ti, sé puro”, escribió Nietzsche y desde la conmoción interior de su vida, desde todas las formas de sufrir de aquel espíritu, desde la misma debilidad de sus sentidos, Juan Ramón hizo de su biografía y de su literatura un instante de fortaleza moral, un instante de donde el hombre se pone a la altura del mundo. Su poesía está siempre persiguiendo una iluminación, las huellas de eso divino que hay en cada hombre, que hay en él mismo. Nos reconcilia leerlo, nos consuelan sus palabras porque sabemos que nacen de ese conflicto, de ese defio frente al temor de dejar de ser. Su poesía por eso es lo contrario a la muerte, es un hacer acopio de realidades, una manera de ampliar la vida, de potenciar la conciencia que se tiene de las cosas, mucha. Vivió setenta y siete años. De una o de otra manera esa ilusión llamada poesía lo curó, la poesía para él fue una forma de ocupar el territorio de los sentimientos, de las emociones, una forma de crear una moral por la que vivir poeticamente la vida. Hay que imaginarlo en sus últimos instantes, en el destierro de Puerto Rico, delirando. Como Faetón también él se montó en un carro de fuego para ver cómo era el rostro de los dioses, para ver si los dioses no eran tan solo los rasgos de un árbol, del mar, de la luz, de un camino, los mismos rasgos , finalmente, de aquella cara llamada Juan Ramón Jiménez.