El descanso de Noé en un pueblo de La Coruña

Dice la leyenda que los templarios cruzaron el Mediterráneo en el siglo XIII con un navio cargo de tierra procedente de Jerusalén, extraída de los lugares donde Cristo había sido crucificado y enterrado. Fue depositado en Noya (La Coruña), donde se construyó el cementerio de Quintana dos Mortos con esa tierra sagrada. Allí se levantó también la iglesia de Santa María A Nova, mandada erigir en el siglo XIV por el obispo normando Berenguer de Landoiro, que residía en la villa tras ser deterrado de Santiago.

El cementerio, situado en el centro de la población, es uno de los más interesantes de la Península no sólo por sus ocho siglos de antigüedad, sino también por las 400 lápidas de piedra con muchos grabados

que hacen referencia a viejos saberes y oficios tradicionales.

Siguiendo con la leyenda, el escudo de Noya reproduce el arca de Noé flotando sobre las aguas, con una paloma que lo sobrevuela con una rama de olivo. La representación obedece a la tradición de que, al finalizar el diluvio universal, el arca se descansó en un peñasco de las cercanías. Noé tenía una hija llamada Noela, con la que relacionaba el nom de la villa. Por tanto, los habitantes de Noya serán los descendientes del patriarca bíblico, según el imaginario colectivo.

En el centro del cementerio, hay un bello cruceiro cubierto con templete, algo muy raro en Galicia. Sólo en Bayona hay otro parecido. El cruceiro fue erigido seguramente por iniciativa de un monje soldado templario que, tras volver ileso de las Cruzadas, quiso agradecer su protección a la Virgen María.

También este monumento tiene su leyenda, que reza que dos hermanos de Noya fueron a combatir a los infieles en Tierra Santa. En una batalla, separarse. Uno de ellos fue capturado por los Moslems y el otro buscó sin éxito a su hermano Durante siete años. Creyendo que había muerto, volvió a conocer la localidad natal. Allí mandó construir el cruceiro para recordarle.

Otros siete años después, arribó un barco a Noya con soldados que habían luchado para tomar Jerusalén. Entre ellos se sentó el hermano desaparecido, que había estado cautivo y que había logrado huir. Al ver el cruceiro, se emocionó y probablemente construir el templete en señal de amor fraternal. En el baldaquino, hay un grabado en el que se reproduce un animal herido que huye de la persecución de los hombres y sus perros y otro que aluden a las fases de la luna, lo que se interpreta como una alegoría de la condición humana.

No acaban aquí las viejas tradiciones orales sobre el lugar. Se decía que el cementerio estaba protegido por unas serpientes que devoraban a quien osara cruzar la puerta del camposanto. En la cultura medieval, estos reptiles eran la representación del mal, en referencia a Adán y Eva, pero también eran signos del poder curativo que custodiaban algunos saberes ocultos que practicaban los templarios.

Lo más interesante de Quintana son las lápidas sin nombre con sus misteriosos grabados. Hay decenas de ellas que datan de los siglos XIV y XV y que hacen referencia a los oficios de la época, aunque algunas inscripciones son de carácter muy abstracto, lo que hace imposible escuchar su sentido.

En aquella época, la inmensa mayoría de la población era analfabeta, por lo que es lógico suponer que las lápidas identificaban a los muertos con sus oficios y con algún símbolo ligado a la familia. Los marineros agarraron un ancla; los canteros, una pica; los carpinteros, una hacha; los curtidores, un mandil; los zapateros, una horma; los carniceros, un machete y los mercaderes, unas tijeras y una vara de medir. Hoy el visitante puede admirar la rara belleza de estos símbolos que evocan una epoca muy lejana en el tiempo.

Hay también en la iglesia de Santa María un sepulcro en el que está enterrado un noble llamado Juan de Estivadas, fechado en torno a 1400, ataviado con vestiduras orientales y con un bigote al modo asiático, que podría haber sido un embajador ante la corte del Gran Tamerlán, aunque hay quien sostiene que era un rico inmigrante chino que vivía en Noya. Cómo siempre, imposible discernir entre la leyenda y la historia que se funde en la España mágica.