El ‘crimen de los existencialistas’ se convierte en novela

Barcelona, ​​1962. Un partido fácil, para meterse y ensuciarse. Caja fuerte recién cebada, escasa vigilancia, no digamos ya resistencia. ¿Qué podía ensuciar mal? Pues absolutamente todo. Así que lo que debía ser un simple robo se convirtió en un brutal y chapucero asesinato. El gerente Francesc Rovirosa ha cosido a puñaladas y con la cabeza destrozada en su tienda de lámparas en la calle Aragón. Fue, como se dijo en su día, el ‘crimen de los existencialistas’. El crimen de la década. Sólo que los supuestos existencialistas eran en realidad un desertor del ejército de los Estados Unidos, el amante del lamparista, un camarógrafo y un músico de jazz. Un atípico ‘gang’ con la casi recién nacida sala Jamboree como base de operaciones y barra libre de centraminas, alcohol y heroína.

Swing drogas, y canallesca en una ciudad atenazada aún por el gris parduzco de la dictadura. “Es un cuento de la Barcelona preolímpica, que es una de mis grandes obsesiones”, explicó ahora Alberto Valle (1977), quien ha traído de vuelta el asesinato de Rovirosa y sus asombrosos alrededores para novelarlo en las páginas de ‘Todos quedaron de bailar’ (Editorial Roca). «Es una historia que conjugaba tres de las cosas que me apasionan: música, Barcelona y un crimen real», detalló Valle, autor de ‘Soy la venganza del hombre muerto’ así como de una serie ‘pulp’ firmada bajo el seudónimo de Pascual Ulpiano.

La Sexta Flota

Ganadora del último premio de Novela Negra L’H Confidencial, ‘Todos habían dejado de bailar’ pone blanco sobre negro una historia de bajas pasiones y fondos aún más bajos en una Barcelona en la que el jazz comenzaba a despuntar como insólito reducto de libertad. Eran los dias del club Jack’s, el Brindis y los marines de la Sexta Flota campando a sus anchas por la plaza Real y la calle Escudellers. El Jubilee Jazz Club y, claro, el Jamboree, nacido en 1960 para espanto de la prensa del régimen. “Ahí es donde ocurrían las cosas sin permiso de las autoridades incompetentes; fascinantes, interesantes, peligrosas y entusiasmantes cosas”, defiende Valle.

Tete Montoliu, en el Jubilee Jazz Club

Tete Montoliu, en el Jubileo Jazz Club ABC

La Barcelona de los sesenta, añade el escritor, era “una ciudad en los límites de su propio tiempo”. “Una ciudad de provincias de un país atrasado a dos horas de donde empieza Europa y donde realmente las cosas son muy distintas”, explicó. Una ciudad, en fin, en la que la huella de la pobreza es aún profunda y la miseria alicata callejuelas y pensiones. «La miseria material conduce a la miseria moral», sostiene Valle.

Y pocas maneras más efectivas de capturar el tránsito entre lo primero y lo segundo que una buena novela negra. “Yo creo que es parte consustancial de la novela negra explorar la miseria moral; la inspección desde ángulos muy distintos”, apunta un autor que se reconoce como ávido consumidor de ficción negrocriminal. “Barcelona en ese momento era la capital española del cine negro, del cine policíaco. Aquí se ruedan y se billuran, no dire la totalidad, pero sí la inmensa mayoría de películas de ese género. Yo siempre he defendido que la verdadera premierera escuela cinematográfica de Barcelona es esa es la de Ignacio Iquino y compañía”, explicó.

Imagen - «Es parte consustancial de la novela negra explora la miseria moral;  la inspección de los angulos muy distintos»

“Es parte consustancial de la novela negra explora la miseria moral; la inspección de los angulos muy distintos»

Profusamente documentado, ‘Todos habían dejado de bailar’ altera una serie de propios e introduce una trama ficticia relacionada con una extorsión y un grupo criminal, pero también da voz a personajes reales como Tete Montoliu y Gloria Stewart y captura el espíritu de una epoca en que era relativamente fácil acabar tropezando. «Pasarse al lado oscuro en un momento como ese era relativamente fácil», desliza.

Es precisamente donde Pilar Alfaro, Stephen Johnston, Jack Hand y James Wagner, improvisaron un cuarteto de la muerte que sobrevolaba un grupo aparentemente perfecto que lo padecía mucho. Que sepa, ninguno de ellos estaba seguro con la obra de Jean-Paul Sartre, pero sus torpes andanzas permitieron al régimen franquista ponerlos como ejemplo de todo lo malo que, decían, podía sucio de un club de jazz.