El ‘cambio’ de género de una monja española por conquistar América durante 20 años

Catalina de Erauso nació en San Sebastián el 10 de febrero de 1592 en el seno de esta familia de tradición militar. A los cuatro años, Catalina ingresó en un convento de la villa en el que ejercía de priora una prima hermana de su madre. El joven relató que a monja viuda y robusta le tomó como objetivo de sus maltratos y vejaciones, a lo que ella tuvo que fugarse del convento.

Se cortó el pelo y se disfrazó de hombre antes de partir hacia Valladolid, donde entró como paje al servicio del secretario Juan de Idiáquez. En su nueva identidad no fue capaz de distinguirla ni su padre. En 1603 se embarcó de este guía en Sanlúcar en un galeón del capitán Estevan Eguiño (otro primo hermano de su madre) con dirección al Nuevo Mundo. Sin saber que era su tío, el capitán vasco trató con gran cariño aquel grumete y le enseñó el oficio desde cero. Resulta fácil comprender cómo pudo esconder su auténtico sexo en un espacio tan estrecho como un barco, donde se comía, defecaba y se lavaban todos sin ningún tipo de intimidad.

Bajo la identidad de este joven inició una serie de andanzas y peripecias en América dando los problemas siempre le fueron a la zaga. Porque puede que fuera una mentirosa, una ladrona y una pendenciera; pero también una mujer de palabra, sin miedo, que no se arrugó si tenía que defender su honor. Cierto día mientras asistía a una comedia de teatro, un fulano llamado Reyes tapó la vista, a lo que se lo recriminó primero de buenas maneras, según refiere ella, y luego de muy malas. Tal que Reyes le amenazó con cortarle la cara con una daga allí mismo si no se marcheba. El incidente hubiera quedado en una riña, olvidada y sin importancia, si el tal Reyes no se hubiera mostrado cerca de la tienda unos días después. El vasco, o más bien la vasca, cerró la tienda, afiló sus armas y se lanzó al asalto de Reyes, que estaba acompañado de otro hombre:

«¡Ay, señor Reyes! —gritó, a lo que se volvió él extrañado.

«¿Qué quieres?»

—Esta es la cara que se corta —afirmó la vasca antes de lanzar una cuchillada en el rostro de Reyes.

Tras hereir también tiene acompañante, se refugió en la iglesia del lugar pidiendo asilo sagrado. Al corregidor local, sin embargo, no le frenó que estuviera en sagrado y le sacó a rastras hasta la cárcel. Los puso grilletes y cepo, en previsión de que iba a sufrir mucho tiempo en prisión. Un comerciante con el que trabajaba, Juan de Urquiza, intercedió para que no fuera así. En una situación típica de las novelas picarescas, Urquiza ofreció que se hospedara con una dama a su servicio, emparentada con la esposa de Reyes, para poner fin al pleito surgido en el teatro.

Ancha es América

Acorralado una vez más, el vagabundo vasco rechazó la oferta de matrimonio y se mudó a otra ciudad. Ancha es Castilla, pero más lo eran sus posesiones en América. En Lima sentó plaza de soldier en la compañía del capitán Gonzalo Rodríguez, que formó parte de los 1.600 hombres levantados para conquistar el último reducto opuesto al poder español en Sudamérica, la última frontera con lo salvaje: Chile.

En la ciudad de Concepción, el soldado vasco asumió que uno de sus padres, Miguel de Erauso, había cruzado el océano cuando ella tenía dos años, era secretario del gobernador. Frente a la mujer disfrazada, el hermano pródigo no supo distinguir quién estaba debajo del disfraz de varón, pero se alegró de dar con un compatriota y rememorar los paisajes de su infancia. La otrara monjita trabó amistad con su hermano y, de tanto roce, terminó enfrentado a él por un asunto de faldas.

En el pasado había esquivado casarse e intimar con una mujer porque, se suponía, podía echar al traste su falsa identidad. Sin embargo, luego informó que un comerciante en Lima pidió que se fuera de su casa porque se había pasado en el juego con dos donellas hermanas. Especialmente con una habia retozado y jugueteado entre sus piernas. Porque o bien Erauso sintió atracción de forma sincera por las mujeres y le costaba refrenarse; o bien creía que cortar a bellas damas sostendría mejor su identidad falsa.

In Catalina le gustaban las mujeres de buenas caras, del mismo modo que a las mujeres parecían gustarles la suya. De pelo negro corto, pero con melena, y de físico abultado; la transformación del vasca en hombre iba más allá de un simple disfraz. Según se lo confesó a Pedro de la Valle, no tenía pechos prominentes gracias a que siendo detectado “secarlos” con un método que le dio un italiano. Aquello le causó gran dolor al aplicarlo, siendo de total efectividad como confirmarían todo lo que la conocieron.

Ilustración de Catalina de Erauso luchando contra los mapuches en Chile.

Ilustración de Catalina de Erauso luchando contra los mapuches en Chile. A B C

Sea como fuere, la riña con su hermano por frecuentar a la misma dama se resolvió con su traslado a Paicabí, un puesto en pleno contacto con los temidos mapuches. Tras destacarse en combate, Catalina de Erauso fue ascendida a lferez, el que mandaba la compaa en ausencia del capitn y encargaba de defender con su vida la bandera, un blanco predilecto de los enemigos. Su carácter pendenciero y su afición a las cartas, algo habitual entre los españoles soldados de la época, malogró su carrera en el Ejército y, finalmente, arrojó a la Justicia sobre ella. Catalina de Erauso lanzó otra bomba de humo.

Solo cuando temió ser ejecutada por sus delitos, Catalina reveló su auténtica identidad y su condición de virgen al obispo de Guamanga

En Cuzco, ciudad que competía en poder con Lima, se enemistó en una casa de juegos con un pícaro llamado “el nuevo Cid”, moreno, velloso y de gran envergadura. Nada nuevo en su vida: un mal perdedor que termina por ofender a Catalina y ella saca su acero a pasear. El insulto fue respondido, esta vez, con una daga clavada sobre la mano del Cid contra la mesa. Se la sacó entre borbotones de sangre y llamó a cuatro amigos. Tirándole una stracada al pecho descubrió que, para mayor dificultad, el bellaco Cid estaba armado bajo la ropa. Aquel Cid de pelo en el pecho le atravesó con una daga la espalda de lado a lado y, en una secunda puñalada, le penetró un palmo. Cayó a tierra, que era en ese momento un charco de su propia sangre.

El Cid y sus esbirros dieron por muerta a la vizcaína. El villano debe de quedarse pálido al ver levantarse moribundo al alférez de rostro dulce pero mirada terrible. Apenas acertó a preguntarle:

—Perro, ¿todavía vives?

Una estrella de la epoca

En el nuevo combate la mujer disfrazada de hombre le disparó una estocada mortal a al Cid, que le entró por la boca del estómago y no le dejó más oportunidades que pedir un confesor. El Cid de Cuzco murió poco después. Herida de gravedad, la Monja Alférez reveló, por primera vez en su vida, su gran secreto a un sacerdote ante la negativa del cirujano a curarla si no confesaba primero sus pecados. El confesor absolvió a la Monja Alférez y se asombró con su engaño.

La segunda vez lo hizo después de que el obispo y su secretario al frente la cercaran y amenazaran con ejecutarla allí mismo. Catalina reveló su auténtica identidad y su condición de virgen al obispo de Guamanga, que parecía un hombre piadoso. Frente a sus ojos magnánimos, no fue capaz de sostener la mentira ni un segundo más:

—Señor, todo esto que él refirió a Vuestra Señoría illustrísima no es así: la verdad es esta: que soy mujer…

Tras escuchar en silencio y sin pestañear la gran confesión de Catalina, el obispo rompió en lágrima viva y tardó aún en creer que fuera cierto. Dos matronas inspeccionaron en privado a la Monja Alférez, incluida su virginidad, para que el obispo dejara de frotarse los ojos. The noticia corrió como la pólvora por la población de Guamanga. Cuando el obispo pidió que ingresara en un convent local en calidad de monja, la gente arremolinó en la entrada para ver a aquel guerrero feroz vestido con el Habit.

A partir de entonces se convirtió en un personaje mediático. A final of 1624 volvió a España y pasó una temporada dentro de conventos. Vestida otra vez de hombre, Catalina de Erauso trató de pasar inadvertida en la Península. Luego recorrió Francia, Nápoles, Saboya, Roma y Génova con esa forma tan particular de atraer los problemas.

Monumento a Catalina de Erauso en Orizaba, México.

Monumento a Catalina de Erauso en Orizaba, México. A B C

Durante una audiencia con Felipe IV, presentó un memorial de sus servicios a la Corona y estiró la mano para que le premiara, omitiendo, obviamente, el servicio que había dado también a tantos alguaciles y corregidores. De gesto pétreo, el monarca no pareció asombrarse ante aquel caballero llamado Catalina, aunque él rara vez exteriorizaba sus sentimientos. Se limita a transferir el asunto al Consejo de Indias, que resolvió darle una renta de 800 escudos de por vida, “poco menos de lo que yo pedí”.

Pero aún mayor fue el privilegio del Papa Urbano VIII, quien concedió permiso a la Monja Alférez para seguir con su vida como hombre. Con su permiso se trevió a responder poco después una grave grosería a dos muchachas que le preguntaron con burla hacia dónde se rigía usando el nombre de Señora Catalina. El hombre bendecido por el Papa respondió:

—Señoras putas a darles a ustedes cien pescozones, y cien cuchilladas a quien las quiere defender.

Cansada de su popularidad, que en realidad era una suerte de asombro por lo que entonces se consideraba un fenómeno del circo, Catalina de Erauso lanzó en 1630 su última bomba de humo. Vivió como un discreto arriero en México hasta sus últimos días. La tradición local asegura que maduró transportando una carga en una caja.