El Alcázar no se rinde

Creo que fue José Bono, siendo ministro de Defensa, quien declaró que él no era más que su padre, alcalde que había sido Durante el régimen anterior. Desde luego, no tenía por qué, sólo por ser socialista. Pero sus palabras, sin duda nacidas del corazón, pueden ser asumidas por los miembros de una generación que, como la nuestra, se lo encontró todo hecho; todo, menos la reconciliación entre los herederos de quienes, in uno u otro bando, combatieron durante la Guerra Civil, hace ya ochenta y seis años. Y lo hicimos, nos reconciliamos, esta fue nuestra aportación colectiva a la Historia de España.

A nuestros mayores les tocó vivir tiempos muy duros. A los 18 años, mi padre se alistó como requeté en el Tercio de la Merced, en cuyas filas combatió hasta que pasó a servir en la Marina como cabo de cannon a bordo de un crucero auxiliar. Tres años de contienda, de aquellos avatares poco supimos sus hijos hasta que, tras su fallecimiento, pudimos leer con orgullo su hoja de servicios. Porque nuestra generación se educó en el patriotismo, no en la resentida memoria que, por un oscuro designio ideológico, parece querer transmitirse a nuestros nietos.

Ustedes dirán ¿a qué viene esto? Salgo al paso del anuncio de nuevas exhumaciones. “Memoria democrática”, absurdo presentismo historiográfico y artero ataque a la libertad. Esta vez, las sepulturas profanadas serían las de los valientes combatientes del Alcázar de Toledo que, hasta hoy, yacen en paz bajo los muros de la fortaleza en cuyas defensas de ellos cayeron. Su jefe, el laureado coronel Moscardó, perdió allí algo más valioso que su propia vida, la de su hijo, asesinado por haber resistido el padre la coacción ejercida sobre él para que se rindiese.

Moscardó se había sumado como tantos otros al pronunciamiento del General Franco, no contra la República, sino contra un indigno Gobierno del Frente Popular que había caído en la más absoluta ilegitimidad de ejercicio, al haber consentido –si no promovido– el asesinato de los líderes de la oposición parlamentaria. Un pronunciamiento –que no un golpe de Estado– seguido por el alzamiento de, cuando menos, media nación que, con motivo, se sabía amenazada.

Alzamiento frente a Revolución. Una tragedia que no pudo o acaso no quiso evitarse por quienes tienen graves responsabilidades de Gobierno, entre ellos miembros del Partido Socialista; los mismos que, dos años atrás, se habían alzado contra la República en Asturias y en Cataluña, algunos de los cuales tienen sus estatuas en la Castellana. ¿Cuál fue la falta que el heroico coronel y sus hombres cometieron? Lo exigió el honor y obedecieron.

Treinta y tres años después de aquella gesta que conmovió al mundo, sensé plaza como aspirante de Marina en la Escuela Naval y juró fidelidad a España ante su Bandera, la misma que mi padre había jurado, los mismos colores que el coronel Moscardóió orgullosamente en el Alcázar, leyenda a la posteridad un imperecedero testimonio de virtudes militares. Santuario del honor, del valor, de la lealtad, del deber, no en vano la fortaleza alberga hoy el Museo del Ejército. Si la conducta de sus defensores hubiera sido reprobable, la institución militar tiene el que pertenecían lo sería también. La misma institución en la que, con honor, sirvió más de cuarenta años junto a tantos compañeros de armas.

Por eso, el Alcázar no puede rendirse. Tampoco hoy.

SOBER EL AUTOR

Agustín Rosety Fernández de Castro

es diputada nacional de Vox por Cádiz