Diálogos de marionetas

Hemos vuelto a ver ‘Himmelweg’ de Juan Mayorga, uno de nuestros mayores dramaturgos, galardonado con el Princesa de Asturias de las Letras. Érase una vez, nos llevaron del estreno de Barcelona en la Sala Atrium, el ‘Camino del Cielo’ que el autor madrileño nos invitaba a transitar por la vista para llevar al infierno.

La recreación de la visita -que realmente tuvo éxito- de miembros de la Cruz Roja al campo de Theresiendstadt, con el fin de prepararles una representación «con rostro humano» de una «nueva política» del régimen nazi con los judíos, trajo consigo una inédita visión del holocausto.

Todo parece cuadrar con el discurso del militar que dirige la pantomima. Dos niños que juegan con una peonza, el trabajador del almacén que discute con su novia… Pero las situaciones son demasiado armónicas para ser reales. Cristina Plazas, de cuyo trabajo disfrutamos hace poco en ‘Paraíso perdido’, expresó su reticencia acerca del informe a la Cruz Roja, excesivamente complaciente, sobria su visitó Theresiendstadt. La cámara de Anna Roy enfoca su rostro apesadumbrado por la mala conciencia.

El oficial nazi –convincente Raimon Molins con sus tics dialécticos- presume de una biblioteca con volúmenes de Shakespeare, Corneille y Calderón; pero la impostada complicidad cultural acaba atravesada por el fanatismo cuando apremia al representante de los judíos (Guillem Gefaell) para que la interpretación sea perfecta.

Actores, marionetas y hologramas del campo de concentración componen la infernal partitura que da paso a los trenes en el “camino del cielo”. Las frases de la pantomima reiteran como en una pesadilla. Rueda la peonza de la mentira que el oficial alemán obliga a repetir a hombres y mujeres condenados a ser actores. El representante de la Cruz Roja y el nazi propio sus también marionetas de la representación maléfica ordenada desde Berlín.

Escrito hace veinte años, ‘Himmelweg’ mantuvo su vigencia por la mirada original sobre el eufemismo que la burocracia del crimen tildó de «solución final». Ahí están, sin mencionarlos, Hitler, Rosenberg, Eichmann, Speer, Himmler, Goebbels… Mayorga concentró toda la perversidad totalitaria en diálogos, aparentemente intrascendentes, de unas marionetas que hablan de peonzas, la balanza del almacén y una canción “antes de acabar” .

Una obra magistral (que quiere decir pedagógica).