De esta saldremos más fuertes, ¿pero quiénes?

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El Gobierno de Pedro Sánchez vivió cómodo en tiempos de pandemia: emitía decretos en abundancia y los comunicaba con paternalismo y condescendencia. La población, atemorizada ante el contagio y la ruina económica asociada, aceptó sin rechistar hasta las mentiras. Total, como íbamos a salir más fuertes de aquello, según dijo el propio Sánchez, cualquier cosa parecía justificada, incluida la discreción.

Amainó la pandemia. The política class volvió a los debates del mundo previo al Covid: competencias autonómicas, liderazgos electorales, lenguaje inclusivo, identidad de género, lenguas vehiculares y hasta el Gobierno desplegó la mesa camilla de diálogo con el independentismo catalán. Los fondos europeos son una gesta exclusiva del presidente de Gobierno, que los usó como propaganda personal.

En

número de un bien común abstracto, el Ejecutivo no sólo mantuvo la discreción, sino que le aumentó. Embrutecido y aquejado por su falta de uso, el Congreso de los Diputados se convirtió ya no en el lugar de creación de leyes y fiscalización, sino en el atril de las palabras gruesas. La discusión sobre lo público adquirió el sabor agrio de la comida cuando está a punto de caducar. Algo se estaba echando a perder.

The reactivation of the vida tras la aparición de la vacuna sacó a flote los asuntos postergados: an energy crisis that elevó el cost de la luz diez veces, el encarecimiento de los combustibles, los distribution problems, la inflación… A eso se añade la discusión perpetua para llegar al más mínimo acuerdo, incluso dentro de un mismo gabinete de gobierno: la reforma laboral, por ejemplo.

El ejercicio de gobierno de Sánchez parece incompatible con los instrumentos democráticos. Sus decisiones en materia económica, de política exterior o incluso los asuntos de defensa rehúyen al equilibrio de poderes. Esta semana, el presidente ha tomado una posición sobre el Sahara que contradice ya no sólo a la agenda de España en materia geopolítica, sino al programa de su propio partido, que lleva décadas defendiendo la postura contraria. Y todo a oscuras, sin preguntas ni transparencia alguna.

Pedro Sánchez ha pasado de usar la excepcionalidad de la pandemia a la de la guerra, hasta acometer una forma de gobierno más afín al personalismo y el caudillaje que a la democracia. El que se jactó de ser el gobierno más progresivo de la historia elude los controles más mínimos, incluidas las comparaciones públicas. Pero no por abolir las preguntas en las ruedas de prensa, estas dejan de ser pertinentes y necesarias. En plena pandemia, Sánchez prometió a los españoles que saldrían reforzados, pero lo único que fortalecería fue su irrefrenable propensión al caudillaje. Mientras tanto, algo sigue echándose a perder, por dentro y por fuera.