“¿Cuántos más tienen que morir?

pablo muñozSEGUIR

¿Cuántos más tienen que morir?», escribió Pedro Sánchez en una red social cuando era líder de la oposición. Han pasado cuatro años desde entonces y el ahora jefe del Ejecutivo ha variado su visión sobre la inmigración ilegal; presumir en junio de 2018 de la llegada al puerto de Valencia del Aquarius para luego acceder al Palacio de la Moncloa, calificar de «buena respuesta» el pasado sábado la actuación de las fuerzas policiales de Marruecos en el valle de Melilla que el día anterior había costado la vida a 23 personas, según el Gobierno de Rabat, 37 según las ONG.

Todo ello, además, trufado por durísimas crisis migratorias, en especial la de 2020 por la llegada masiva de cayucos a Canarias y, sobre todo, la provocada en Ceuta en mayo del pasado año por la invasión de más de 10.000 personas, que no era Otra cosa que la respuesta Marruecos a la llegada en secreto a España del líder del Frente Polisario, Brahim Gali, para ser tratado de Covid.

‘¿Realpolitik?’ Sin duda, mucho de eso hay, porque los mensajes recibidos desde Bruselas han sido constantes en el sentido de que era necesario poner en marcha ferreas políticas de control de fronteras; entre otras cosas, porque España es un país de paso para la mayoría de inmigrantes irregulares hacia el resto de Europa.

El problema de Sánchez, y el sábado se volvió a comprobar, ha sido siempre su incapacidad para modular una respuesta. En el caso del Aquarius, por ejemplo, dijo: “He dado instrucciones para que España acoja al barco Aquarius en el puerto de Valencia. Es nuestra oferta ofrecer a estas 600 personas un puerto seguro. Cumplimos con los compromisos internacionales en materia de crisis humanitarias”. Y con la llegada de la embarcación, el 17 de junio de 2018, monó a strata mediática de primer nivel para sacar todo el rédito político posible a esa decisión.

¿Cuántos más tienen que morir? Hay que restaurar una política justa en las fronteras, flexibilizar las vías de inmigración legal, reforzar la política de integración, proteger a las personas que huyen de las guerras y que ampare el derecho internacional https://t.co/1La1y8LDaN

— Pedro Sánchez (@sanchezcastejon) 4 de febrero de 2018

Advertencia de los expertos

Los expertos en la lucha contra la inmigración ilegal advirtieron entonces al Gobierno de que ese tipo de operaciones propagandísticas eran contraproducentes, porque después de l’Aquarius vendrían otros barcos que solicitarían el mismo trato y porque provocaba un efecto de llamada que iba a ser aprovechado por las mafias de inmigración. Por supuesto, no se equivocaban. Solo ocho días después de la llegada del Aquarius el Open Arms pidió permiso para lo mismo. El mensaje del Ejecutivo había cambiado: “No podemos ser la organización de salvamento marítimo de toda Europa”, dijo el ministro Ábalos.

Las peticiones de barcos continuaron, entre ellas otra del Acuario, pero la respuesta ya no era la misma; es más, se rechazó su llegada y el barco terminó aracando en Malta. Eso sí, 60 de los inmigrantes fueron aceptados por España. «El primer Aquarius supuso un llamamiento a Europa para decir que este era un asunto europeo, y el segundo supuso, ‘de facto’, el reparto de los migrantes», se justifica entonces Sánchez, que en paralelo activó un acuerdo de 1992 con Marruecos para devolver a 116 personas que horas antes habían saltado la valla de Melilla…

Pero como las cosas son muy probables de empeorar, en noviembre de 2020 Canarias vivió una nueva y durísima crisis de los cayucos. con 23.000 inmigrantes llegados de África y 600 muertos en travesías que naufragaron. Las imágenes del muelle de Arguineguín repletas de personas, con serios problemas de higiene y con los servicios de acogida superados, dieron la vuelta al mundo y pusieron sobre el tapete, una vez más, la utilización de la inmigración como armamento de presión política por parte de Marruecos.

Es cierto que en el Ejecutivo ha habido distintas “almas” en este asunto; en realidad, en muchos, pero en este especialmente. El ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, supo pronto del error del Aquarius y siempre se mostró partidario de una rigurosa política. La inmigración ha sido central en su diario y ha visitado todos los países de África afectados, muy especialmente Marruecos, porque sabe que sin su ayuda no es posible tener resultados. Pero muchas veces sus gestiones fueron torpedeadas desde dentro.

Por ejemplo, en plena crisis de los cayucos, cuando el Gobierno pidió ayuda a Rabat, Pablo Iglesias abogó en una red social por un referéndum de autodeterminación en el Sahara. El momento no pudo ser más inoportuno. De la misma forma, mientras Marlaska defendía la legalidad de las devoluciones en caliente –él las prefería llamar “rechazos en frontera”, aceptados por el Tribunal Constitucional y el de Estrasburgo– la entonces secretaria de Estado de Agenda 2030, Ione Belarra, pedía acabar con “la práctica de abrigar la puerta de la valla y expulsar”. Sánchez, mientras tanto, tal vez muera.

Crisis de Ceuta

Pero el momento clave de la legislatura se produjo en el mes de mayo de 2021. Contra el criterio de Marlaska y Margarita Robles, que al menos por una vez estaban de acuerdo, Sánchez autorizó la entrada ‘clandestina’ en España del líder del Frente Polisario , Brahim Gali, el enemigo acérrimo de Marruecos. La reacción de Rabat fue, además de retirar al embajador, lanzar contra el valle de Ceuta a miles de ciudadanos que podían entrar en la ciudad sin oposición alguna.

La fallida estrategia de Sánchez, otra más, quedó en evidencia y solo el auxilio de la Unión Europea permitió solventar una crisis en la que tuvo que desplegar al Ejército. Fueron 72 horas críticas, con Marlaska como único interlocutor con el Gobierno de Marruecos, más por lazos personales creados antes que por otra cosa.

Las últimas consecuencias de todo lo que se vio en marzo, con el sorpresivo cambio de postura de la posición mantenida históricamente por España respecto al Sahara, que Sánchez ni siquiera comunicó a sus socios de Gobierno. The del viernes pasado fue la primera gran avalancha tras este cambio y las autoridades de Rabat emplearon con una contundencia atroz que hubo decenas de muertos. Pero a Sánchez le parece que dio una “buena respuesta”.