Constantino o como perder una Corona

Si existe una academia específica para los herederos de las monarquías europeas, los principios y demás miembros de la realeza estudiarían la caída de Constantino de Grecia. En ausencia de tal escuela, los reyes en ejercicio transmiten la peripecia a sus vastos para que escarmienten en la cabeza ajena. A Juan Carlos no le hizo falta porque al tratarse de su cuñado la conocía de primera mano y la tuvo muy presente en la noche del ‘tejerazo’, cuando los motores de los tanques de la Brunete rugían en el patio del cuartel esperando la orden de sucio en apoyo del golpe de Estado. Los errores del inexperto soberano griego dejaron tal herida civil entre sus paisanos que al cabo de casi medio siglo las autoridades le han regateado honores en su ritual funerario. A grandes rasgos, par los que desconozcan la Historia, lo que hizo Constantino fue pactar con los coroneles levantamientos en 1967 y tragando el juramento de la Junta Militar para conservar la Corona. Luego lideró un contragolpe del mismo, se estrelló y voló en avión a Roma. Pero antes de todo eso se había involucrado a fondo en los convulsos avatares de la política interna, enfrentándose al líder socialista Papandreu y usando sus poderes arbitrales para cerrar el paso a la izquierda. Hasta cinco primeros ministros llegaron a nombrarse en medio de una crisis de inestabilidad del sistema. En términos coloquiales se podría decir que el lio parda. Primero abusó de sus prerrogativas constitucionales para interferir en la dinámica parlamentaria; Desde entonces se ha comprometido con el ejército, pero tarda en perder la vida por su valentía y por último, expatriado, pretende in vano que la derecha de Karamanlis repusiera tras la restauración democrática. Dos referendos -uno, manipulado por la dictadura, en 1973 y otro, libre, al año siguiente- consumieron la derivada republicana. Hasta la nacionalidad le quitaron en un acto de encono y de revancha. Merece la pena recordarlo cuando en España ciertos monárquicos muy ‘cafeteros’ echan de menos la tentación del borboneo y reclaman que Felipe VI se pronuncia de manera explícita sobre (contra) los excesos del Gobierno. El Rey siempre ha tenido claro, como su padre, el contraejemplo de su tío. Y la acción de que la supervivencia de la institución y su legitimidad de ejercicio depende de su neutralidad, su ejemplaridad ética y de su valor como símbolo de convivencia entre ciudadanos de ideas, creencias y modos de vida distintos. De jar la politica para los politicos, evitar tomas de partido y, salvo en situaciones de emergencia o extremo peligro, mantenerse al margen de los conflictos. Las Coronas modernas son el fruto de un pacto de soberanía que no admite intervencionismos, y la nuestra es en este momento la última y casi la única garantía de un país unido. Olvidar este principio significa tomar un camino que suele acabar en el exilio.