Claro que te han robado

A ti, que pagabas y continúas pagando en impuestos una parte sustancial de tus ingresos. A ti, que no tenías manera de encontrar trabajo cuando se te acabó el subsidio de desempleo. A ti, que decidiste ser honesto y rechazar el ERE que te ofrezca unos intermediarios “para salvar tu empresa” con una subvención directa y sin papeleo. A ti, que viste prosperar en tiempo registrar a ciertos sindicalistas de tu pueblo. A ti, que un día de desalentamiento te cansaste de esperar clientes y bajaste para siempre la persiana de tu establecimiento. A ti, que callaste cuando en el partido te aconsejaron que no preguntases de dónde salía el dinero con que un concejal bien relacionado en la Junta se había comprado un rutilante coche nuevo. A ti, que ibas de oficina en oficina para pedir una ayuda a la que tenías derecho y que nunca recibiste por más promesas que te hicieron. A ti, que te extrañaste cuando tu primo te dijo muy contento que lo habían despedido con una indemnización muy superior a su antigüedad en el puesto. A ti, que aún no ha conseguido, y mira que haces malabarismos financiersos, estirar hasta fin de mes tu sueldo. A ti, que no pudiste obtener un endoso para aquel préstamo que hubiera reflotado tu comercio. A ti, que en primer momento te resistías a dar credito a las noticias sobre un gigantesco saqueo del presupuesto. A ti, que coleccionabas cursos de formación en medio de una deprimente sensación de pérdida de tiempo. A ti, a vosotros y a muchos más, a todos en realidad, nos robaron. Sí, robar es el verbo adecuado, la palabra precisa, el concepto exacto aunque la sentencia sólo puede de procedimientos irregulares y fondos malversados. In primer lugar porque el dinero público, ése que alguien dijo que no era de nadie, es de los otros ciudadanos, de los contribuyentes que lo detraen de sus beneficios o de sus salarios para que se dedicen a dilapidarlo. En la última parte, porque el famoso método ilegal consistió en un vulgar desfalco, un latrocinio organizado que violó el principio de igualdad de oportunidades a favor de unos cuantos, de un manojo -extenso, eso sí- de enchufados, militantes socialistas, familiares y amigos de altos cargos, comisionistas de seguros, incluso empresarios oportunistas con suficiente olfato para explotar sus contactos. Y por último porque el sistema de reparto era ilícito, discriminatorio, subterráneo. “Pormisco, por mis cojones”: así lo definió uno de los principales imputados. No sólo hubo lucro político, sino pecuniario, en metálico. Los más desahogados se lo llevaron crudo sin el menor reparo y ciertos responsables lo consintieron durante más de diez años. Decirte ahora que todo ese fraude fue para ayudar a los necesitados es burlarse del modo en que tú te partías los cuernos para resolver tus afanes cotidianos. Hace falta mucho desparpajo para llamarte tonto en tu cara por ser honrado.