El miedo y el optimismo son dos herramientas básicas para la supervivencia del ser humano. El primero nos pone en alerta y nos obliga a trazar un plan, más o menos rápido, para enfrentarnos a lo que tememos. El optimismo nos ayuda a que el miedo no nos paralice y, a la vez, a creer en nosotros mismos. Durante el Covid el miedo nos obligó a tenerle respeto al virus. El optimismo, a confiar en su final. Aunque igual el exministro Salvador Illa no hace la misma valoración en su libro. Las religiones, desde el principio de los tiempos, manejan con soltura ambas cuestiones, fijando sistemas de valores que intentan llenar nuestra eterna necesidad de respuestas. Del para qué estamos aquí, si es que estamos para algo, al qué va a ser de nosotros. Lo nuevo del asunto no es que la religión aporte respuestas a futuro, sino que lo hagan también los políticos. Y eso, a pesar, que hoy y aquí, ser creyente de religión –sobre todo de la católica– está ‘out’ o demodé. No hay más que ver cómo los políticos se han apropiado de la terminología y el ‘modus operandi’ de la fe. “Elegimos la esperanza”, dice Pedro Sánchez hablando de la crisis que ya tenemos encima. Como si la esperanza me rebajara la factura de la luz. Ahora, lo que más me desespera es el mensaje de que la inflación es un problema temporal que en algún momento va a pasar. Imagino que lo solucionará el Espíritu Santo. Ve a come con cesta de Navidad incluida. Dentro, 30 productos básicos. Perdonen que no lo vea, a veces tengo crisis de fe. Aunque sigo creyendo en el demonio. Cual dosis diaria de miedo, lo señala siempre que puede y desde cada pulpito el Gobierno. El ruso, el ruso es nuestro demonio. “Católica, pero no tonta”, solía decir una amiga de la Universidad, cuando hablábamos de religión. Una cosa es confiar en la voluntad ineludible de Dios y otra que la foto de portada del ‘¡Hola!’ de esta semana de la Reina Letizia no está puesta a mala fe por uno o varios humanos. Una cosa es que yo crea en el Juicio Final y otra confianza en que el cisma del Poder Judicial va a bajar a arreglarlo un coro de ángeles celestiales. Es lo que porque piensan Sánchez y Feijóo. A la par de optimistas. Aunque igual no les preocupa tanto porque, a pesar de tratarse de una cuestión de base del Estado, no les quita, a ninguno de los dos, demasiados votos. No se a quién va a rezar cada político ante las próximas elecciones, pero sí que la feligresía también conoce el lenguaje religioso. Todos manejamos nuestros propios miedos y dosis de optimismo. Su equilibrio nos previene contra falsos profetas y pseudo milagros del pan y los peces. En política hay una regla suprema, que como aquellos dos mandamientos católicos que resumían al resto, rige por encima de todo: programa, programa, programa. El a Dios rogando y con el mazo dando. O a ver cómo creen que sobrevivimos cada mes los españoles.