Asociar salud mental y matanzas, coartada de los defensores de las armas en EE.UU.

Buffalo, Las Vegas, Uvalde, Parkland… Casi 1.300 víctimas mortales en 199 ‘mass shootings’ o fusilamientos en los últimos nueve años. El último, en un hospital de Oklahoma donde un hombre armado abrió fuego y se cobró la vida de cuatro personas el pasado miércoles. Una realidad sobrecogedora que convierte la violencia armada en una epidemia y en una de las patologías sociales más alarmantes del país de los Big Macs. Aun así, la relación de Estados Unidos con la posesión de armas es única y su cultura armamentística comprendió un caso atípico en el mundo.

Muchos de los estadounidenses consideran sagrado su derecho a portar armas, arraigado en la Constitución desde hace má de dos siglos. “No como derecho al porte ya la tenencia de armas, sino como cuestión de defensa de la propiedad privada y libertad individual”, apunta Javier Lorenzo, politólogo y profesor de la Universidad Carlos III de Madrid.

Unido tiene que el 80% de la población vive en zonas rurales, pequeñas y muy disgregadas -donde, precisamente, suceden gran parte de los tiroteos-, el resultado es una sociedad ultraindividualista y aislada. Basta con mirar el mapa electoral para comprobar que estos lugares coinciden con los estados republicanos, los cuales presentan una tasa de masacres superior y una legislación de armas más flexible. En palabras de Lorenzo, «es un país en el que está normalizado el uso de las armas que incluso se considera acto lúdico».

Vincular violencia armada con enfermedades mentales está a la orden del día. Pero, ¿qué papel tienen realmente en este tipo de masacres? Expertos como el doctor Fernando Mora Mínguez, médico psiquiatra del Hospital Universitario Infanta Leonor de Madrid, apuntan a que dos fenómenos sin relación directa. Tanto en EE.UU. A nivel global, las personas diagnosticadas con algunos de los trastornos mentales más comunes como depresión o ansiedad “no son más agresións ni cometen más actos violentos que la población general”. Tampoco lo son las personas con trastornos más graves como la esquizofrenia. Aun así, la criminalización de los trastornos mentales es una realidad.

“En EE.UU., las personas con fermedad mental solo suponen un 5% de los delitos cometidos. El porcentaje es aún menor si hablamos de delitos con arma de fuego”, explicó el doctor Mora. A menos que haya alcohol y drogas de por medio. Para este psiquiatra, el factor de mayor riesgo a la hora de cometer un delito violento es la facilidad de acceso a las armas, incluso «muy por encima de sufrir una enfermedad mental». Pesa que “una situación de vulnerabilidad asociada a un momento de mucha tensión emocional y acceso a un arma que se relaciona con los tiroteos”, insiste en que “no es una causa directa”.

El equilibrio de los tiroteos

en Estados Unidos

Período enero 2014- mayo 2022

2014

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ataca su

lugar de trabajo

real o pasado

Mostraron

señales de crisis

Antecedentes del atacante

Sufria algun tipo

trauma

vivo

suicidio de

progenitores

Fuente: Gun Violence Archive y The Violence Project /

PS-ABC

El saldo de

los tiroteos

en Estados Unidos

Período enero 2014- mayo 2022

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ataca su

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trabajo

real o

pasado

Mostraron

señales

crisis

Fondo

del atacante

Sufría

algún tipo

trauma

Vivió el

suicidio

arriba

progenitores

Fuente: Arma Violencia Archivo y

El Proyecto Violencia /

PS-ABC

Estigma politizado

La criminalización de los trastornos mentales es un estigma altamente politizado y contaminado por áreas de clase o raza. El mismo Trump aseguró en 2019, tras la matanza de El Paso, que “la salud mental y el odio aprietan el gatillo, no el arma”. Los republicanos no suelen vincular las víctimas mortales a las armas de fuego, sino a las enfermedades mentales y llevan años bloqueados todo tipo de iniciativas democráticas para reforzar su control.

«Qué es más fácil para un republicano – que entiende como fundamentales los principios de libertad individual y defensa de la propiedad privada, y que sabe que el 90% de sus votantes están a favor de las armas – que atribuir los tiroteos a gente con mental ¿Problemas? – preguntó Lorenzo. El doctor Mora Mínguez también apoya la teoría de la politización del discurso con argumentos no sólidos como los trastornos mentales, las clases sociales bajas o los inmigrantes para justificar la armada de violencia: “Es una manera de no abordar el problema real”.

Según la Revista Americana de Salud Pública’, más del 60% de los perpetradores de tiroteos en Estados Unidos desde la década de los setenta mostraron síntomas de paranoia o alucinaciones antes de cometer los crímenes. Casi la mitad de los asesinos arrastraban algún tipo de trauma en su pasado: un 34% sufrieron abusos, un 17.4% ‘bullying’ y el 2.9% sufrieron el suicide de alguno de sus progenitores según recogen Jillian Peterson y James Densley in ‘The Violence Proyecto’ tras analizar 172 perfiles de tiradores entre 1966-2020.

Asociar tiroteos y atacantes a zonas con gran presencia de población inmigrante de bajos recursos es otro de los estereotipos más comunes. “Todo lo contrario. His los tiroteos y abusos policiales los que se dirigen a este segmento de población”, comentó Javier Lorenzo, “Es el propio aislamiento e individualismo el que dispara este tipo de comportamientos”. De hecho, el prototipo de atacante es el de un hombre blanco con pistola adquirido de manera legal. Dos tercios poseían antecedentes criminales (65%) y el 80% mostraron señales de crisis previas al tiroteo.

Autocensura social

Un auténtico fenómeno de autocensura social. ¿Qué es más fácil de aceptar? ¿Que el atacante es una corriente al que, de repente, le hizo ‘clic’ en el cerebro y se puso a disparar lleno de ira o que tenía un problema mental? “Como sociedad y como individuos, nos tranquiliza más pensar que esa persona estaba loca -y que ha sido algo aleatorio o mala suerte-, en vez de pensar en que tenemos un problema social en el que nuestros jóvenes no saben gestionar sus sentimientos y adoptar este tipo de reacciones”, concluyó Javier Lorenzo. “Como forma de relajar la conciencia para poder sobrevivir es la mayor opción”.

Ni armas ni salud mental, los expertos consultados por este medio apuntan a que el problema radica en una combinación explosiva de variables: una sociedad muy individualizada y aislada en la que young inmaduros no saben autogestionar sus emociones -“porque tampoco se les enseña a ello », dice Lorenzo- y que, además, cuentan con gran acceso a las armas. Junto con un discurso que les rodea basado en supremacismo blanco, insatisfacción personal y mal manejo de la frustración, Estados Unidos no logra escapar de esta pesadilla.