Arquillué, el de las siete voces

En 1950 Akira Kurosawa dirigió ‘Rashomon’, una película basada en un cuento de Akutagawa Ryonusuke. La historia es conocida. El asesinato de un samurai contado en cuatro versiones: su esposa que ha sido violada, un bandido, un testigo y el propio difunto. Josep Maria Miró, célebre autor de ‘El principio de Arquímedes’, utiliza esta misma técnica, amplificada a siete voces.

Un joven de diecisiete años aparece muerto en un descampado campestre vestido únicamente con un bañador rojo y unas zapatillas de deporte… Su cuerpo, “el más bello que se habrá encontrado en este lugar”, actúa como la caja de Pandora que desvelará la parte sombría del pueblo donde viven.

En un escenario desnudo, con la única iluminación de un foco, sin maquillaje ni atavío especial, Pere Arquillué va dando voz a los habitantes del lugar.

El cadáver, el hombre que encuentra el cadáver, la madre del muchacho, un transvestido, la profesora de la escuela, el encargado de la carpintería… En la memoria común, el padre del muerto, Ramis, que se suicidó. Todos los pueblos, aparentemente felices, se parecen porque en los pueblos todo se sabe. Al paisaje que los hace bonitos, las miserias del paisanaje: carreteras secundarias y bosques repletos de condones usados ​​donde el silbido sirve de contraseña para el encuentro furtivo.

Arquillué puede ser una mujer que quiso ser la esposa del alcalde, pero se quedó en compañera de un hombre insatisfecho; la profesora que tuvo relaciones íntimas con el muchacho; el travestido que sufrió el desprecio y la burla en su infancia y que terminó prostituyéndose… Quienes conocieron al muchacho hacen recaer sobre su belleza esos desvarios del deseo. Arquillué los encarna con la única herramienta de una leve gestualidad facial, el cambio del tono de voz y el acento. Sabremos más cosas del padre del muchacho asesinado y de las causas de suicidio; de la hipocresía moral de quienes atribuyen a la rotonda de las afueras, las ‘sirenas’ y los ‘moros’ todos los males. Arquillué, el de las siete voces, conmueve al público con su catarsis entre sombras. El texto de Miró, soberbio y provocador. Un ejercicio dramatizado que ya no deja indiferente.