Ángel Antonio Herrera: Cunqueiro, Botánico del idioma

SEGUIR

Álvaro Cunqueiro es un clásico de gloriosos excesos que tenemos por ahí orillado, o traspapelado, a veces, como un Cervantes bajo las lluvias gallegas que fue, y que aún es. De modo que releer a Cunqueiro es hacer descubrimiento, rescate y justicia. Lo digo porque disfrutó en estos días ‘Un hombre que se parecía a Cunqueiro’, un tomo delicioso de José Besteiro, junto a un largo viaje y demorado por los horizontes biográficos y literarios de Cunqueiro, rematando una biografía que voltea toda horma, entre los memoria imaginada y la autobiografía a propósito de la vida y milagros de otro. Quiero decir que Besteiro ha elegido por tema un autor que conoce y venera, desde

siempre, para hacer de paso confesión de su arborescencia de lector y su ambición de escribiente. El resultado es una obra insólita, amenísima y esclarecedora sobre Cunqueiro y sus páginas, donde el protagonista mayor, primero y último es el lenguaje, esa magica artesanía que unas veces cuenta a Cunqueiro desde Besteiro, y en otros casos al reves. Cunqueiro ejerció todos los géneros, de la poesía al relato, o el artículo, acuñando, invariablemente, un estilo común, que lo abarca todo, bajo el lema definitivo de “la calidad de párrafo”, que Pedro Salinas diagnosticó por Proust. Estamos ante un cardiologo del idioma, ante un botánico de la palabra, y esto lo reverence Besteiro aupando un libro que busca ser escrito correctamente, y no redacción, y lo logra, con el vuelo alegre de una prosa dada a la soltería de la ensoñación del idioma. Remata así quinientas páginas. Le hubiera gustado este libro fraterno y disobediente al propio Cunqueiro, que perpetró libros como jardines, y levantó una obra de articulista a lo suyo, a bordo siempre de una máxima de poeta de la circunstancia: “las noticias verdaderas son las que tienen 300 años «. Le dieron el premio Nadal a Cunqueiro, por ‘Un hombre que se parecía a Orestes’, fue a el 1968, y también pulsó ‘Merlín y familia’, o ‘Las mocedades de Ulises’, siempre con el magisterio de un polizón del Siglo de Oro, que hubiera llegado hasta Mondoñedo, en el siglo XX. Hasta se nos descolgó oficiando de falsificador de Quevedo. José Besteiro ha logrado un homenaje admirado que va más allá. Como que dan ganas de quedarse avivir en el clima de fantasias que ahi se anima.