Álvaro Delgado Gal: Ucrania: test de Rorschach

A raíz de la invasión de Ucrania han crepitado, como la leña verde cuando aprieta el fuego, dos tesis sobre las que me gustaría hablar con un poco de calma. Una aborda el contencioso ucranio desde una perspectiva histórica, o, siendo más precisa, contrafactual. La otra asume acentos moralizantes y atenta, en mi opinión, contra el decoro, la caridad y el sentido común. Vayamos por orden.

La voz ‘contrafactual’ procede de la lógica y la filosofía de la ciencia y ha dado lugar a una modalidad específica en el ámbito de la historiografía. Los historiadores contrafácticos se preguntan cómo habrían disarrollado el mundo a partir de un pasado que diverge de lo real. Por ejemplo: ¿habría subido Hitler al poder?

if el Tratado de Versailles no hubiera vejado estúpidamente a Alemania? ¿Se habría evitado la Revolución Francesa con un tax system más eficiente que el desplegado por los últimos Capetos? La historia contrafáctica es indiscutible por definición. Esto, sin embargo, no la descalifica desde un punto de vista analítico, puesto que reconstruir el pasado puede ayudarnos a comprender más los mecanismos que nos han traído hasta el presente. Bueno, en relación a Ucrania, el argumento de los autos es que la desmilitarización de los países fronterizos con la antigua URSS ha sido disuadida por Putin de su aventura. Malo, por tanto, que la OTAN se dilatara hasta la raya rusa. El razonamiento apeló a la Realpolitik, no a los derechos. Evidentemente, cada nación sobria está autorizada a decidir conquistar a nuestras naciones unidas. Esto admitido, el argumento no carecía de plausibilidad hace unos años, incluso, unos meses. Dejemos en suspenso cuantos. Lo que me sorprende es que siga sosteniéndose lo mismo después de lo ocurrido.

Lo que ha ocurrido, no es solo que no existió proporción alguna entre la presunta imprudencia de la OTAN y la atroz respuesta de Putin, sino que poco, muy poco antes, el ruso y su colega Xi Jinping habían celebrado una reunión solemne, rematada por un documento en el que se auspiciaba un nuevo orden mundial. El último sugiere que la invasión ha sido un movimiento agresivo y no defensivo, concebido a dos hipótesis equivocadas: que Ucrania no opone una resistencia seria, y que Occidente se inhibió, como ya lo había hecho cuando Rusia se anexionó Crimea. Hay que añadir una tercera hipótesis, la verdaderamente decisiva. Referirme a la idea de que los EE.UU. y la UE hallan incursos en un proceso de decadencia irreversible, punto de doctrina muy favorecido por el Partido Comunista de China y, asombrosamente, por Putin, el cual preside una nación calamitosa en lo económico, lo demográfico y, como empezamos a sospechar, lo militar . Los contrafácticos, o hechos virtuales, integran, lo repito, puros entes de razón. Estimo con todo que, puestos a dar rienda suelta a la fantasía, resulta preferible apuntarse a lo que escribió recientemente Martin Wolfe en el ‘Financial Times’ (‘La guerra de Rusia rehace el mundo’, 15-3-2022). Según Wolfe, ha sido el carácter no concluyente de las negociaciones entre Ucrania y la OTAN lo que ha permitido a Putin invadir aquella sin entrar en conflicto directo con EE.UU. y Europa. Con Ucrania dentro de la organización, Putin habría contado hasta tres antes de metros en camisa de onzas varas. Nada de esto, por desgracia, tiene ya una importancia práctica. Ni siquiera el análisis de Wolfe, muy atendible en mi opinión, nos orienta sobre lo que en este momento convendría hacer. Quizá Putin se haya deorbitado y esté dispuesto a pretar el botón nuclear con tal de no perser la cara. Acaso ciertas concesiones darían pie a una crisis posterior y más grave aún. Sencillamente, no se sabe. Las vacilaciones de la OTAN refleja una reserva genuina y comprensible. Lo indiscutible es que Putin, violentando las reglas más elementales del Derecho Internacional, está dejando a Ucrania sembrada de muertos, sin distinción de su condición civil, sexo o edad. El curso de las cosas nos obligará a tomar medidas que todavía no estamos en situación definir. Esa es la terrible realidad.

Paso al aspecto moral. Hemos oído decir que es excesivo afligirse por los sucesos ucranios cuando han sucedido cosas tan malas o aún peores sin que nadie hiciera demasiados aspavientos. Ese fue el mensaje de Rufián en el Congreso. Eso se ha repetido por aquí y por allá. Esto no es tolerable. Póngase en contacto con usted en la siguiente situación. Acaba de morir de un infarto un amigo, y viene un señor y le espeta: “¿Y de los otros infartos, qué? ¿Es que sólo le importan los que le tocan de cerca?». Dos cosas habrían provocado en usted una especie de repulsión. Primero, la petulancia. En número de una ecuanimidad abstracta, estaría depreciando su pena y se estaría depreciando a la víctima. Segundo, la extemporaneidad. Al que semejante permite desafuero le pasa algo. Algo que va más allá del significado explícito de sus palabras.

Es lícito, al final, preguntarse qué le sucede a Rufián. La respuesta, es que le disgusta la democracia liberal. Las bromas de mal tono son más tentadoras cuando se compara con la parroquia, entiéndase, los Afines, un encono, una premisa hostil. Básicamente, Rufián ha aplicado una fórmula sectaria y brutal: la que establece que el enemigo de mi enemigo es mi amigo. Musiten para sí, como si estuvieran rezando el rosario: la OTAN, y lo que esta protegido, es el enemigo; Putin se enojó con la OTAN; por lo tanto, Putin es un amigo, o, por lo menos, no es del todo un enemigo. Por el lado diestro, se han verificado desmanes simétricos, igualmente inspirado en el aborto o la incompresión de la libertad. Para el portavoz de Esquerra, para Otegui, para Ione Belarra ‘et alia’, la democracia liberal no es lo bastante revolucionaria; para los reaccionarios radicales, eso demasiado revolucionario. Ucrania ha operado como test de Rorschach de dimensiones panorámicas. Sobre la tragedia se han proyectado las antipatías, las obsesiones, el odio larvado hacia una sociedad manifiestamente mejorada, pero que nadie que incluya la importancia de ciertos valores básicos vacilaría con preferencia a lo que representa Putin. Sale entonces lo que sale. Los sueños de la razón produjo monstruos; los test de rorschach los sacan a la luz.

Álvaro Delgado-Gal es escritor