Un interesante acercamiento a la obra de Jean-Luc Godard será considerado un lector que hizo cine. Su cine es una lectura soñada. Si volvemos a ‘Alphaville’ (1965), encontramos por todas partes residuos de literatura. Después de haber revisado buena parte de sus mejores películas, ‘Alphaville’ me ha sorprendido como la más viva, radical y estimulante de su periodo dorado, los sesenta. Viéndola porque leyeras; también, que recordaras lo leído. ‘Alphaville’ es un aleph con veinticuatro imágenes por segundo. Los personajes corretean Durante todo el metraje, pero uno diría que corren hacia la siguiente cita literaria, la siguiente referencia, el plagio que toca según el cuaderno del director. La trama de autoritarismo informático, deudora de 1984, se nos antoja exclusivamente mobiliaria: un lugar donde poner cosas, libros; robots Esta apropiación sucesiva resultó admirable por la doble lectura que arroja. Uno puede ignorar completamente que cientos de palabras del guion de Godard son de otros, y disfrutarlas en la pantalla. O puede reconocerlas, y luego recrear tanto en la pequeña vanidad del que sabe como en el sugestivo contraste de esas palabras conocidas en su nuevo entorno, la película y los personajes de Godard. No sabría decir si ‘Alphaville’ es la mejor película para el espectador culto o para el profano. No sabría decir si es la mejor película para el cultivo o para el profano en la que puede considerarse una las secuencias más bellas de la historia del cine, los protagonistas son estilizados mientras oímos un poema de Paul Éluard. Su libro ‘Capital del dolor’ ha salido en primer plano. Ahí pudimos señalar la cita legítima, acreditada visualmente. Por otro lado, al final de la película, Alpha 60 entregó un monólogo fascinante, pero que -reconocemos enseguidasigue- con pequeñas variaciones en un poema de Borges. No nos importó. Porque a Borges tampoco lo importó. Entre el Éluard confeso y el Borges robado, hay un abanico de posibilidades creativas que Godard recorrió casi al completo en ‘Alphaville’. Puede que ninguna frase sea brillante suya; pero suyo fue saber que eran geniales.