Abdul Khalil Shahir, el policía afgano que se ofrece a España

Erika MontañésSEGUIR

torturado Abdul Khalil Shahir, nacido en Cachemira (Pakistán) hace 31 años, no coincide con la descripción del escritor Chuck Palahniuk cuando decía que “la tortura es tortura y la humillación es humillación solo si uno elige sufrir”. Khalil no eligió nada. Osí: escaparon de la represión talibana cuando lo apresaron porque era “o morir en el intento de huida o en sus manos”, asumir, pasado medio año.

Ni él ni sus 479 compañeros de la policía secreta del Gobierno afgano depuesto eligieron ser secuestrados. Tal vez su cuota de decisión personal fue la entrega sin titubeos por un país que yace inmerso en “un genocidio infernal, donde si hablas mal te cortan la

lengua, la mujer es un despojo, menos que un papel en blanco; y donde desaparecen millas de ciudadanos cada día y no aparecen ni vivos ni muertos”, solloza. Todos los antiguos funcionarios del Gobierno derrocado fueron atrapados en verano, manitados y asesinados, frente a los ojos de Khalil, en un bosque oculto a dos horas de la capital.

Él consiguió darse cuenta a la fuga con la guadaña marcando su cogote. Su relato es digno de una obra de ficción, preñado de coacciones económicas, emboscadas y amenazas. To contar su huida a ABC utiliza el farsi afgano, idioma que manejan muy pocos en España, y en cuya traducción auxilia María, casada con un afgano desde hace 22 años.

Ambos observan el rumbo de un país que se aleja del Corán; Odian el uso maniqueo que los talibanes hacen de la religión islámica. “Que nadie los identifique”, proclamó él. Ahora mismo, la comunidad afgana que personificó el penúltimo éxodo bélico –1.250 personas están en España– asiste con desesperación al estallido del conflicto desatado por Rusia. Hay motivos de vuelta. El más evidente, que “no se aparte el foco de lo que ocurre puertas adentro, porque en Afganistán ya no quedan testigos, y se está masacrando a la población a ciegas, a oscuras del mundo”, asegura el policía. “Los hablantes de farsi y pastún estamos muertos”, ejemplifica.

“Rusia no quiere sofocar su horror, sino extender su poder”, dice Khalil

Segundo, por los rumores que le llegan de facciones aliadas del anterior Ejecutivo sobre la clara sintonía que teje Putin con los talibanes. “Rusia no quiere sofocar su horror, sino mantener el territorio tal y como se encuentra actualmente y extender su poder”. Junto a China, el trío quiere hacerse con Asia entera, avisa a Khalil, y sin duda de que los talibanes, rearmados por Al Qaida y Pakistán, “se pondrán al servicio de Rusia”. Conserva a duras penas la comunicación con algún familiar. Está oculto. “Otros tuvieron peor suerte y han perecido este invierno por falta de madera para sobrevivir. La asfixia es absoluta”. Pide no olvidar a los civiles, condenados al ostracismo y la pobreza.

A él, su esposa e hijo se les abrió el cielo porque su tío era traductor del Ejército español. Fueron los soldados quienes les salvaron la vida al grito de “¡gate!” (puerta sur del aeropuerto de Kabul, donde se desplegaron nuestras fuerzas). Eso sí, antes del pasaporte a Occidente tuvo que dejar atrás otro viaje-pesadilla hasta el aeródromo, sorteando “puestos de asalto cada quince metros”. Al arribar, remarcó, “los militares españoles me trataron como en mi vida. Volamos de Kabul a Madrid, luego Valencia y cuando Cruz Roja dijo que íbamos a Baleares nos resistimos. No sabíamos nada de geografía europea y pensábamos que nos deportaban a África”, afirma aún algo desconfiado. De la mano de la organización se esmera en aprender castellano y se ofrece a trabajar para la embajada o el Gobierno aquí en señal de agradecimiento. Conoce todo lo que se tiene que saber de seguridad y estrategia militar. Y resuelve: “Ahora mi país es España y me entregaría por protegerlo”.