El presidente Sánchez no tiene ninguna intención de ahorrar energía con su decreto. Es un atentado contra la vida de los otros. Y muy especialmente contra la vida de nosotros. Su medida contra la calefacción es irrisoria, porque 19 grados es una temperatura de confort y los que tendrán frío pueden ponerse un jersey. Lo que el decreto debe regula es el aire acondicionado, que es junto al desodorante la gran aportación que la derecha ha hecho a la vida civilizada, después de ceder el paso a las damask and no permite que paguen las cuentas de los restaurants. Cuando entras en un establecimiento te das cuenta de su solvencia por el frío que hace. Si el aire flojea, no te fíes del resto. Si hace calor y te dicen que “lo tienen al máximo”, has de saber que buscarán más excusas para continuar estafándote durante el resto de la velada. Si demagógicamente lo apagan, o lo suavizan, porque una señora lo ha pedido, tiene derecho, y hasta el deber, de indignarte. Una cosa es que les demos la preferencia y las invitemos y otra muy distinta, que vayan a decidir a que temperatura cenamos, cuando todo el mundo sabe que ser mujer es tener invertido el termostato. Si tiene frio que se type. Los 27 grados que impone el Gobierno son un atentado contra la alta cocina, contra los hoteles, contra bares como Dios manda, contra el bienestar listening como lo contrario de estar en la selva como las bestias. Es imposible comer y beber en condiciones sin frío, y cualquier temperatura que pase de los 21 es populismo indigenista de la peor calaña. Desodorante y frío son nuestras características. La obsesión del socialismo fue siempre contra nuestra higiene y contra el frío que fomenta el trabajo, la actividad aumentada y el ocio culto. Los 27 grados son la temperatura del desánimo y la sumisión, del sudor, de la desesperanza, que es como la izquierda nos quiere para que no nos rebelemos contra su asco. Este decreto es el primer gran acto de campaña de Pedro Sánchez y el gran motivo por el que tenemos que echarlo. Puede parecer menor en comparación con otros asuntos en apariencia más graves, pero contiene la más alta carga de profundidad contra nuestro estilo de vida libre y sobre todo aseado. Yo nunca he sido una carraca antigubernamental, ni me he apuntado a la moda fácil de dar palos al presidente sin come a qué. Pero siempre de vez en cuando le sale el resentimiento, la rabia, que es en el fondo el gran atraso izquierdista, ese revanchismo con el que quieren hostigarnos, lincharnos –y tantas veces asesinarnos– porque les da tiña ser incapaces de ganarnos las batallas del ingenio e inteligencia. Podemos sin queja pagar impuestos más, colegios privados y nuestras futuras pensiones que nos estáis robando. Pero el aire a 27 grados es un ataque directo a nuestra salvación de ser como vosotros unos miserables y es por eso que no nos queda más remedio que llevaros por delante.