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A nadie escapó, con 86 años y evidentes problemas de salud –por más que insisten en que la Iglesia se gobierna con la cabeza y no con la rodilla– el pontificado de Francisco ha entrado en su fase final. Una última etapa a la que podemos poner una fecha de inicio: el 31 de diciembre de 2022, el día de la muerte de Benedicto XVI.

Y no tanto porque el Papa emérito haya influido en estos casi diez años en su antecesor. En cambio. Benedicto XVI ha servido de freno a las conservadoras corrientes, a los cardenales que se acercaron hasta él en busca de un líder que abanderara sus posiciones frente a las reformas que promovía Francisco.

Le gustara o no –las evidencias marcan pero bien lo segundo–, para Francisco, Benedicto XVI encarnó a un anciano y venerable padre, como el patriarca fundador de una empresa familiar que se retiró para dejar el gobierno en manos de sus vástagos, pero al que todavía deben respeto y obediencia. Ahora, muerto el padre, el hijo se queda solo. No tiene a nadie por delante que le contenga. Pero tampoco que le aconseje y reconduzca, si llega el caso.

El problema es que el ‘hijo’ tiene 86 años y varios frentes abiertos, muchas expectativas creadas entre sus seguidores más acérrimos, y muy pocas respuestas. Sin embargo, pese a la edad –a la que ni Juan Pablo II, fallecido, ni Benedicto XVI, por renuncia, eran ya Papas– Bergoglio no tiene previsión de renunciar, ni siquiera ahora que no tiene el condicionante de generar una Iglesia cons tres Pontificios vivos.

Muy al contrario, su agenda no hace presagiar una renuncia inmediata. Francisco parece haber puesto, de momento, el horizonte en 2025. A final de mes inicia un viaje a Congo y Sudán del Sur, en verano irá a Lisboa y es muy probable que acabe el año visitando Oceanía. En octubre comenzará en el Vaticano la fase universal del Sínodo de Sinodalidad que, hace poco, alargó hasta 2024. Y, al año siguiente, el plato fuerte, el gran jubileo para conmemorar los 2025 años del nacimiento de Cristo.

Una diary apretada, impropia de un mandatario cercano a los 90 años, pero que no impide que en la Santa Sede, y en la propia Iglesia católica, en vie un ambiente de fin de pontificado, propio también de las diocese cuando se acerca la edad en que el derecho canonico obliga a los obispos a presentar su renuncia.

Un clima que se caracteriza por las decisiones precipitadas de los pastores, conscientes de que queda poco tiempo y queda poco tiempo y que gobernar con mano izquierda ya no es el camino más efectivo. Mientras, quienes les rodean –la Curia en el caso del Papa– comienzan a moverse de forma soterrada, tratando de forjar alianzas que le permitan situarse en el incierto, pero seguro y próximo, futuro, pero sin romper del todo los lazos con un presente del que desconocen cuánto va a seguir siéndolo.

Los posibles cambios

Sobre esas decisiones, Francisco ya ha dado algunas muestras, como la intervención en el Opus Dei, Caritas Internationalis o la Orden de Malta. que se suman a las que ya hicieron en el Sodalicio de Vida Cristiana, los Heraldos del Evangelio y otras muchas entidades que han considerado sanear por alguna razón.

Pero el gran momento para comprobar será hasta dónde llegarán sus cambios el Sínodo de la Sinodalidad. Las más de 100 síntesis nacionales son muy diversas pero pocas eluden tratar, en mayor o menor profundidad, los temas polémicos que sobrevuelan el debate intraecclesial: ordenación de casados, celibato opcional, mayor papel de la mujer en la Iglesia incluso llegando al sacerdocio, bendición de parejas homosexuales, revisión de la moral sexual o una mayor implicación de los laicos en los procesos de gobierno de la Iglesia y en la elección de sacerdotes y obispos.

Para cada uno de ellos, Francisco ha tenido frases muy llamativas y mediáticas -como el “soy quién yo para juzgar” a los homosexuales o el no “debemos reproducirnos como conejos”, en referencia a las numerosas familias–, pero en la práctica no ha cambiado ni una línea de la doctrina de la Iglesia con respecto a estos temas.

Cuando más cerca estuvo fue en el sínodo de la Amazonía. En 2019, después de muchas discusiones, el documento final aprobado en presencia del Papa propuso la ordenación de hombres casados ​​y seguir estudiando el diaconado para las mujeres. Solo dependía ya de la decisión del Papa dar o no validar las propuestas. No lo hizo. En la exhortación con que daba por concluido el sínodo cerró la puerta a ambas posibilidades.

In medio se había dado uno de los episodios más tensos en las relaciones entre el Pontífice reinante y el emérito. El cardenal Sarah, prefecto para el Culto Divino, publicó un libro, en principio escrito a cuatro manos con Benedicto XVI, en el que negaba la posibilidad de ordenación a los ‘viri probati’ (hombres casados). El texto se escuchó como una condena a la intención de permitir el acceso al sacerdocio a los casados ​​por parte de Francisco, previsible entonces, ya que no se habían publicado sus conclusiones.

Sarah se ve obligada a admitir que ha escrito el libro en solitario y ha hablado a solas con unas apuntes que le ha facilitado su Papa emérito. El secretario personal de Ratzinger, Georg Gänswein, que había facilitado el encuentro, también se vio salpicado y aunque calificó la situación de «malentendido», desde aquel día dejó de ejercer sus funciones como prefecto de la Casa Pontificia y de sentarse junto a Francisco en las audiencias públicas.

Fue el único episodio que trascendió de las diferencias de criterio entre ambos Papas, pero lo cierto es que Benedicto XVI ha recibido en Mater Ecclesiae a varios cardenales disconformes con la deriva que Francisco estaba imprimiendo a la Iglesia. Pero, pero más allá de convertir a su pano de lágrimas, Benedicto XVI ha evitado liderar cualquier intento de oposición a Francisco. Tampoco lo cuestionaría en una pregunta, como la restricción de la misa por el rito tridentino, en la que Francisco la desautorizó abiertamente, manifestó Benedicto en público. Solo ahora, tras su muerte, hemos sabido el “dolor de corazón” que le provocó aquella disposición, según ah reveló su secretario.

Cerca del cónclave

Ahora que Benedicto ya no ejercerá esa labor de contención, en este ambiente de fin de pontificado, los cardenales empiezan a movilizarse de cara a un cónclave. De hecho, es casi seguro que ha sido uno de los temas hablados, ‘sottovoce’, en las comidas y reuniones privadas de los que se han encontrado estos días en Roma, con motivo del funeral.

De acuerdo a las normas, queda prohibido cualquier tipo de “pactos, acuerdos, promesas u otros compromisos”, pero nada les impide compartir sus posiciones sobre temas controvertidos, como los que se tratarán en el Sínodo, y agruparse por sensibilidades de cara a una futura elección.

De hecho, sus espaldas evidentes grandes corrientes entre los cardenales. Una, la liderada por los obispos alemanes, que parecen dispuestos a imponer algunas de las reformas que se tratarán en el Sínodo, aun a costa de poner a la Iglesia al borde del cisma.

Por otro lado, la Iglesia estadounidense está instalada en posiciones más tradicionales. El Papa, en el último consistorio, se saltó una norma no escrita eclesial y dejó sin cardenalato al arzobispo de Los Ángeles, que en ese momento era presidente de la Conferencia Episcopal, pero sí elevó a la púrpura a uno de sus sufragáneos, el obispo de San Diego, abiertamente progresista. Además de elecciones recientes, la Conferencia Episcopal Estadounidense, ha contestado al Pontífice y ha reafirmado su posición al no elegir para sus cargos a cardenales creados por Francisco, sino a arzobispos cercanos a Juan Pablo II y Benedicto XVI.

Movimientos que observen el restaurante de cardenales, atentos a las simpatías y apoyos que pudieran recabar. Mientras Francisco, ahora más solo, seguirá al frente de la nave también de la Iglesia, vigilado para valorar el rumbo que decide imprimirle. Y con la clara certeza, por más que le pese, de que ya se encuentra en la última etapa de su pontificado.