Il-konsegwenzi ekonomiċi tal-gwerra.

La economía y la guerra, por ser actividades humanas, han tenido una relación íntima a lo largo de la historia. Durante la gran parte del siglo XIX, la idea de Von Clausewitz de que “la guerra es la continuación de la política por otros medios” dominó la forma de escuchar este fenómeno. Pesado en enfasis en el historicismo –el militar prusiano afirmó que “cada era tiene su propio tipo de guerra”–, su obra no escapó a la fascinación por la mecánica de Newton que existió en su tiempo y que permitía describir las guerras como un juego de equilibrios de poder entre las potencias europeas.

La Primera Guerra Mundial es un ‘shock’ histórico que repercute en distintos ambientes

de lo militar como el arte y la filosofia. Pero es sobre todo en el período de interguerras donde la economía vendrá a alzar la voz sobre las demás disciplinas con la publicación en 1920 de ‘Las económicas consecuencias de la paz’, donde John Maynard Keynes vaticinó que las gravosas condiciones impuestas a Alemania en el Tratado de Versalles abocaría al continente europeo a une nuevo conflicto en poco tiempo. Es en ese momento cuando la relación entre guerra y economía empieza a cambiar. La economía deja de ser una mera excusa para guerrear en pos de la apropiación de recursos y se convierte en una disciplina capaz de explicar y hasta gestionar lo bélico como había ocurrido antes con la historia, la política o las matemáticas.

La Segunda Guerra Mundial contribuyó de manera decisiva a trasladar los conceptos bélicos a la empresa. La mayoría de los gestores, muchos de los cuales habían pasado por los campos de batalla, llegaron a hablar de planning stratégica y de fijación de objetivos. Pero será con la llegada de la Guerra Fría que la economía se consagrará como modo de escuchar la guerra. Será gracias a un método matemático diseñado para simular interacciones entre personas: la Teoría de Juegos desarrollada por John von Neumann y Oskar Morgenstern, de la Universidad de Princeton. Esta teoría alcanzaría su máxima popularidad con la tesis de la Destrucción Mutua Asegurada (MAD, por sus siglas en inglés que además significan “loco”), un juego en el que los dos participantes no pueden ganar. La principal derivada estratégica de MAD es la política de disuasión nuclear: ni URSS ni EE.UU. se enfrentarían directamente, aunque podrían hacerlo a través de sus aliados o en escenarios de tercer orden.

Conceptos de la estrategia militar pasaron al mundo de los negocios consus limitaciones de origen

En un artículo publicado en 2013 (‘The Strategic Plan is Dead. Long Live Strategy’ de Dana O’Donovan y Noah Rimland Flor), los autores sitúan el origen del concepto de ‘estrategia empresarial’ en los campos de batalla. Sostienen que, a pesar del caos inherente a la guerra, los líderes militares gozaban durante mucho tiempo de un alto grado de estabilidad. “El pasado era un buen predictor del futuro”, explican. «Pasaban años o décadas entre que se producían cambios significativos en las variables básicas, como el poder de las armas o el alcance de una aeronave». Otros dos factores, repasaron, influyeron mucho en la toma de decisiones militares. El primero fue la escasez de datos fiables. “Los exploradores y espías tienen que arriesgar sus vidas para encontrar y transmitir información, y tienen que estar siempre atentos a las Celadas del enemigo”. Y, en segundo lugar, “las líneas de comunicación no eran confiables” por lo que las órdenes deben ser cortas, claras y aplicadas de arriba a abajo.

«Tras la Segunda Guerra Mundial, cuando la strategia militar entró en el mundo de los negocios, también lo hcieron estas limitaciones», escriben O’Donovan y Rimland. Como resultado, la predecía el futuro se enfrió en el pasado, se invirtieron muchos recursos en reunir datos y el estilo de mando era totalmente jerárquico.

Este enfoque sobrevivió razonablemente bien en el mundo de los negocios entre las décadas de 1950 y 1990. Pero con la digitalización y la globalización, el mundo cambió. El futuro no es razonablemente predecible en base al pasado, los datos son abundantes y baratos, y la comunicación es rápida, indiscriminada y constante.

Las nuevas guerras, como la de Kosovo, Irak o Afganistán también han tomado de la economía un marco conceptual: la gestión de riesgos. Este es el tema central del libro ‘La guerra como gestión del riesgo’ de Yee-Kuang Heng, profesor de la Universidad de Tokio. Además de fijar un marco analítico donde recogiera, entre otras aportaciones, la teoría del riesgo global del filósofo alemán Ulrich Beck, Heng contempló estas acciones como un fenómeno permanente que puede ser gestionado bajo principios como la precaución, la proactividad (y no reactividad), el cálculo de probabilidad y los riesgos sistémicos. Todo esto resultó coherente con la idea de las “híbridas guerras” –la convergencia de la guerra convencional con las tácticas terroristas y el uso del ciberespacio, la economía y la sociedad como campo de batalla– en realidad en boga.

Es pronto para sacar lecciones de la invasión rusa de Ucrania, pero ésta tiene un aspecto antiguo (territorial amenaza, movimientos de grande masses de soldier, apelación a la historia, etc.) que hace pensar en una repetición del pasado, como si Putin estuviera invocando a Clausewitz. No cabe duda de que, tarde o temprano, la economía, además de servir como campo de batalla, también ofrece un marco para escuchar lo ocurrido.