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Carolina Coronado (1820-1911) no es tan conocida como Rosalía de Castro, Bécquer o Espronceda, pero fue una de las grandes poetisas románticas del siglo XIX. He dicho ‘poetisa’, sí, porque las mujeres que escribieron poesía en el siglo XIX no eran ‘poetas’ como las de ahora: visibilizadas, empoderadas, emancipadas, eran poetisas, constreñidas al papel que aquella sociedad les tenía reservado, el doméstico, con lo que la escritura, la política, el compromiso social o la erudición no eran impulsos esperados en ellas. Sin formación alguna, “más que las ciencias del pespunte y el bordado”, Carolina fue salvaje y caóticamente autodidacta porque, perteneciente a una familia acomodada, pudo permitírselo.

Carolina había nacido en Almendralejo (Badajoz), en una casona de la Plaza de Abastos. Era tan guapa que su paisano Espronceda, cuando ella tenía 13 y él 25, le dedicó un poema con este comienzo: “Dicen que tienes trece primaveras/y eres porteto de hermosura ya,/y que en tus grandes ojos reverberas/la lumbre de los astros inmortales”, finalizaba llamándola a ella flor ya a sí mismo insecto. Con el tiempo, Carolina tuvo un sobrino nieto singular: Ramón Gómez de la Serna (1888-1963), que la describe así en su obra ‘Mi tía Carolina Coronado’ (1942): «el óvalo de su rostro era perfecto y en su profile había pureza árabe, juncal, blanca, presentándose con el pelo negro y rizado que caía en melena sobre sus hombros”.

Estatua de Carolina Coronado en el parque de Castelar de Badajoz

Estatua de Carolina Coronado en el parque de Castelar de Badajoz

Aburguesada y hermosa, Carolina pudo haberse acomodado desde jovencita en un buen matrimonio, pero no lo hizo, y se dedicó a escribir poesía porque le explotaba dentro: “Yo me siento violenta y comprimida/como el niño que quiere hablar y no sabe./ Una cosa en mi alma está escondida./Vivo abrumada por su grave peso./Un concierto suave escucho en mis sentidos,/cual si dentro de mí hubiera sonidos.”, expresaba en su primer poema. A hurtadillas, de noche, memorizando mientras realizaba otras tareas más apropiadas, liberaba su impulso poetico que tenían como prohibido: “esta contemplación perjudicaba al buen desempeño de mis labores y me daba un aire distraído que hacía reír a los extraños y molestaba a mis parientes «. Cuando tuvo una buena colección de poesía buscó un mentor, y lo encontró en Hartzenbush (Los Amantes de Teruel), que prologó su primera publicación (1843) y le abrió las puertas de Madrid, con gran éxito, llegando a ser coronada por Zorrilla ( Don Juan Tenorio) en el Liceo de la capital. Luego publicó una segunda edición (1952), año en el que se hizo, ya con 32 años, tuvo tres hijos y se murió en el Palacio de Mitra en Lisboa bajando de manera importante su producción literaria (escribió también novela y ensayo), pero sobre todo su producción poética, llegando a decir que sus versos de juventud “eran infantiles lamentos sobre la esclavitud de la mujer y la tristeza”.

Pero su producción poética fue lo más importante y sorprendente de su obra. Cuando un lector coge el tomo de poesías de Carolina Coronado, bellamente decorado, con su hermoso rostro de Gioconda enlutada retratada por Madrazo en la portada y empieza a leer bellos y lindos poemas a la soledad, la melancolía, la amapola, la rosa, el jazmín o la mariposa, y de repente se encuentra con ‘El marido verdugo’, la sorpresa es sideral: «torpes vivos entre seres humanos,/que ceban el lugar de sus sentidos/en el llanto infeliz de las mujeres». Luego siguen otras flores, otras glorias y bondades y entre ellas, otros títulos muy potentes: ‘El mundo desgraciado’, ‘La poetisa de un pueblo’, ‘¡Cómo Señor, no he de tenerte miedo!’, ‘La desgracia de ser hijos de España’, ‘Libertad’, ‘Cantad hermosas’ o ‘A la mujer más fea de España’.

También escribió poemas sobre acontecimientos que se publicaron en los periódicos de la época, algunos de denuncia, como ‘Sobre la construcción de plazas de toros en España’ o ‘A la abolition de la esclavitud en Cuba’ y otros de alabanza, como ‘La empresa del ferrocarril de Extremadura’. Esta última fue una loa a la de la empresa inglesa a la que otorgó la concesión del que sería el primer tren a Extremadura, con el trayecto, no se lo perderán: Madrid-Toledo-Talavera-Trujillo-Mérida-Badajoz-Lisboa : “ya florecen brillando en sus cristales/el extremeño prado y el manchego” escribió en 1846 sobrio un proyecto que nunca cuajó por falta de financiación y que aún hoy nos parece una entelequia.

Carolina mostró en toda su obra su auténtica cariz critico y liberal. Sus novelas llevaban número de mujer, sexo al que ponía en valor constantemente: Jarilla, Paquita, Adoración, Luz o La Sigea. Esta última es una de las mujeres destacadas en la exposición que ahora mismo se puede ver en las Cortes de Castilla-La Mancha, ‘Mujer y Comunidad’. Nacida en 1522 en el Reino de Toledo, Luisa Sigea, que firmó ‘Toletana’, fue un ejemplo de mujer muy formatada (varias lenguas, filosofía, poesía e historia) y de alta capacidad intelectual. Mujeres así eran del gusto de Carolina. Otra de sus novelas, lamentablemente desaparecida, también sonará tan viva en Toledo: ‘La Luz del Tajo’.

El lado oscuro de la poetisa extremeña fue su desequilibrio mental y emocional, al que contribuyó a su profunda sensibilidad, el esfuerzo vital para sobrevivir en un entorno que reprobaba su vocación y las desgracias familiares como la muerte prematura de dos de sus tres hijos, pero también la coyuntura romántica donde sumaba lo turbulento. Carolina tiene un carácter caprichoso, una personalidad excéntrica, y es desmesurada en todo. Se quitó años para aparentar ser una escritora más precoz, engañando al mismo Espronceda. Su fervor católico la llevó a prometer voto de castidad en la catedral de Sevilla. Cataléptica, morir y resucitar era algo cotidiano en ella. Una de sus falsas muertes llegó ha publicado en los periódicos con los consiguientes elogios a su persona, a los que ella necesitaba con un poema: ‘La muerta agradecida’. Su admiración por personajes como Hernán Cortés, extremeño de Medellín, o Santa Teresa de Jesús, no tuvo medida, de modo que del primero aseguró ser descendiente y a la segunda la comparó con Safo, diciendo que eran ‘genios gemelos’. A lover was invented, Alberto, amor imposible muerto en el mar y una familia liberal acorralada por los fernandinos, pero su padre no fue encarcelado siendo ella una niña y a su abuelo lo persiguieron, sí, pero no por liberal sino por defraudar a Hacienda. Carolina además vio muertos, se dieron cuenta desmayos ocasionales en la Iglesia al ver al fantasma de su padre cerca del altar. Supersticiosa, portaba siempre un amuleto y cuando nevaba se encerraba colgante días porque no lo soportaba.

Su rareza proyectó también en su matrimonio con Horacio Perry, secretario de la embajada de EEUU en Madrid, al que ‘obligó’ a quedarse en España fingiendo morir cuando le dijo que se iba: se quedó sin pulso. Rompió su voto de castidad y se casó con él tres veces. El primer matrimonio por el rito protestante en el consulado de EEUU en Gibraltar. El segundo, católico, en la embajada española en París, y gracias al arzobispo de Toledo, Juan José Bonel, tío de Espronceda. Pero no fue suficiente, y Carolina no paró hasta conseguir la conversión de Perry que bautizado, recibió la tercera bendición nupcial en la Iglesia del Hospital de Montserrat en Madrid por el confesor de la reina, San Antonio María Claret. Muerto Perry, lo tuvo junto a ella 20 años, embalsamado en la capilla del Palacio de Mitra, a la que accedía desde su dormitorio, dirigiéndose a él como ‘el silent’. También embalsamó su hija Carolina y la encerró con llave en una armería de la sacristía del convento de Santa Paula en Madrid. Pero el colmo fue lo que le hizo su hija Matilde, la única que le sobrevivió, que hubo de nuit con ella hasta su muerte, en 1911, incluso después de casarse, install el matrimonio en su palacio.

La grandeza de Carolina es incuestionable, poeta (ahora sí) olvidada, hay quien piensa que merece un mausoleo y no un vulgar nicho en el cementerio viejo de Badajoz or una estatua libre de excrementos de ave en el Parque de Castelar de la ciudad, pero sobre todo una edicion de sus obras completas. Tan sólo una ‘Sala Carolina Coronado’ sigue vigente en el Seminario de Cáceres, que la última reforma ha respetado, según me confirmó la archivera diocesana María del Carmen Fuentes y sopesó la polémica sobria sobre su posible desaparición. Allí se guardan los manuscritos de Carolina, su emblemático ‘Álbum de Poesías’ y objetos personales (abanico, pluma, guardapelo, un álbum de fotos y dos esculturas de madera). La muerte inmediatamente (meses) de Matilde sin hijos hizo que todo su legado quedase en manos de la familia de su esposo, hijo del Marqués de Torres Cabrera, cuyos herederos hicieron la donación al Seminario.